Votar sin resaca

Siendo estrictos lo que decidamos los bolivianos en breve define una norma democrática que regirá todo escenario político de aquí en adelante, mientras la actual carta magna siga vigente. Por esa razón la pregunta no nos interroga sobre darle a Evo y Álvaro un periodo más de gobierno, sino sobre si estamos de acuerdo con que el presidente y vicepresidente del Estado (cualesquiera que fuesen ahora o en el futuro) tengan la posibilidad de ser reelectos por dos veces consecutivas. La modificación, de ser respaldada por la mayoría de los votantes, supondría que un gobernante (si el electorado lo apoya) podría gobernar por 15 años seguidos. De lo contrario mantendríamos el límite de un máximo de 10 años, tal como reza el artículo 168 a partir de su promulgación.

Sabemos perfectamente, porque la ingenuidad no es nuestra vocación, que el tiempo, la época y la fecha del Referéndum para la modificación de mencionado artículo fue un hábil cálculo político. Faltan cuatro años antes de una próxima elección presidencial y se nos hace una consulta cuando todos nuestros números macro-económicos están en verde y el país se muestra como un lugar bueno para invertir. De la prosperidad general comemos todos, y cómo no sabemos lo que vendrá después, justo cuando los precios de los hidrocarburos se desploman, es mejor agarrar a la gente con la panza llena que con incertidumbre. Pero así es la política y no tiene mucho misterio. Por eso mismo la tarea de los ciudadanos es superar la mezquindad patrocinada por la politiquería y toda la escenografía panfletaria de ambos lados.


Entonces, lo que hay que preguntarnos a la hora de votar, no es si “con Evo y Álvaro tenemos futuro” (tal como reza la publicidad electoral oficialista). Tampoco si vale la pena prolongar un gobierno que hasta ahora nos ha demostrado una decidida vocación por la equidad social y la transformación de las formas de producción, así como la dignificación del pueblo boliviano frente a las angurrias de las potencias mundiales. Aunque los mismos protagonistas de lo bueno exponen los síntomas de una prórroga que se impregna con las fechorías de los que han hecho de su forma de vida la corrupción. Por eso, tampoco deberíamos basar nuestra negativa en pensar que hacer la democracia es un sinónimo cándido de alternancia, para vivir encadenados al vaivén del péndulo de la esterilidad; creyendo que rehacer y deshacer es la fórmula para ir adelante. La pregunta nos convoca a reflexionar respecto a la democracia que queremos vivir. 

Independientemente del resultado, el partido gobernante va participar de las próximas elecciones. Por eso hay que considerar lo que viene. Por ejemplo, México es la mejor prueba de lo que han llamado una dictadura perfecta, pues el Partido Revolucionario Institucional (PRI), además de pervertir sus orígenes y sentido histórico, se ha anquilosado en el aparato burocrático al extremo de soportarse en la estructura paraestatal narcotraficante y armada. De ese modo el pueblo hace de tonto útil a un país que poco a poco está perdiendo hasta su nombre. Sin embargo otros países nos han demostrado que la continuidad de determinado modelo económico y social permite alcanzar estabilidad y menor incertidumbre. El caso paradigmático es el de Alemania.

Lo que votemos en el referéndum que no sea fruto de la resaca del carnaval, y mucho menos basados en la tramoya politiquera que se monta como un show televisivo para confundirnos. Que ese voto ayude a construir un país más fuerte y más unido en función a su futuro a largo plazo.