Diez años

Coca ha sido sinónimo de narcotráfico y este ha sido el estigma de los cocaleros. En 1961 la Convención Única de las Naciones Unidas convierte a la producción de coca en un delito y proscribe el acullico. Estas medidas y todas las que vendrán después fueron impulsadas por EEUU. A los paladines de la democracia y el mercado les pareció mucho más fácil y barato penalizar la oferta de un país tercermundista, que controlar la demanda que ellos generaban. Obviamente es más fácil partirle la cabeza a un campesino y destruirle su cultivo, que perseguir y detener a los que ponen el capital y se hacen ricos. Es por esto que la historia de la lucha contra el narcotráfico ha sido la historia del movimiento cocalero.

Jaime Paz, con la hojita verde en la solapa, ofreció “Coca por desarrollo”. El desarrollo se tradujo en la militarización de la lucha contra el narcotráfico. Años más tarde Banzer aplicó en plan Dignidad con el cual erradicó 25000 Has. de coca en el Chapare reduciéndolas a 6000 Has. Lamentablemente EEUU no cumplió con la compensación acordada, lo que afectó duramente a la economía del país. Por otro lado la criminalización del campesinado cocalero y toda la violencia ejercida durante cuarenta años finalmente provocaron una reacción organizada de lucha.

El movimiento cocalero apostó por la vía democrática y se concretizó en el “Instrumento Político”. El Movimiento Al Socialismo finalmente llevó a la presidencia de la nación a Evo Morales. Pero sabíamos que esto no resolvería todos nuestros problemas como en un acto de magia, muy al contrario, las tensiones se renuevan en ciclos, con argumentos y protagonistas diferentes; en un nuevo escenario donde la redistribución del poder es el eje de la polémica. Cada centímetro del tablero se vuelve definitivo.

Las élites blancoides han replicado consecutivamente estrategias de exclusión y marginación. No sólo han mantenido el síndrome clasista y racista del estado colonial; además, en cada vuelco revolucionario de la historia, se han dado modos para fracturar, minimizar y silenciar la también incansable resistencia de los pueblos indígenas-campesinos-originarios. No obstante, el proceso como un todo, la resistencia en cada una de sus fases, toda esa historia y su patrimonio son un hecho histórico que ha cambiado Bolivia.

El tiempo que vivimos ha dejado sus huellas. La democracia es más sólida, estamos asumiendo nuestro propio rol en la historia y se busca a través de la nueva Constitución hacer del país un lugar donde todos podamos vivir. En ese sentido es tremendamente legítimo el discurso por descolonizar la patria, nuestra mentalidad y nuestra historia. La lucha por acabar con el servilismo, vencer cualquier forma de sometimiento y por ser libres de decidir los caminos que queremos andar es mucho más antigua y mucho más grande que un líder, su gobierno y sus correligionarios.


Nos enfrentamos a la posibilidad real de construir una identidad propia y verdadera. Podemos comenzar a existir pronunciados en el nombre que escojamos, pero consientes de quiénes somos y dónde vivimos. Nada de lo que venga nos devolverá a antes de la colonia, pero sin lugar a dudas ya no puede parecerse al periodo que vamos dejando atrás. Los últimos diez años son el resultado de siglos buscando otra historia, pero este episodio no es el culmen. Si insistimos en eternizar a un hombre, perfeccionar las técnicas de pillaje y patrocinar estratos, aunque cambie el color de la piel de la burguesía; estamos condenados a repetir la pesadilla.