Para la guerra nada

Colombia está poniendo fin a uno de los conflictos armados más antiguos, sangrientos y dolorosos del continente. Fueron casi 60 años de guerra interna y donde todos los actores se entregaron a la muerte con una pasión irracional. La conflagración ahondó sus raíces en la injusticia social, particularmente en el mundo rural. El país del café posee una de las geografías más diversas del planeta, con abundantes recursos hídricos y grandes extensiones de tierra para cultivo; no obstante Colombia vive aún en la era feudal. La tierra se reparte entre los poderosos imponiendo a los campesinos condiciones de pobreza y precariedad. Del mismo modo se reparte el poder político, uno puede contar con los dedos de la mano las familias que se han turnado el poder en Colombia. Si hay que explicar en corto las razones de la guerra, estas son las razones.

Las guerrillas buscaron por la vía armada conquistar el poder y transformar las estructuras de opresión. Al igual que en otras latitudes, el paramilitarismo fue sostenido y financiado por los terratenientes y el propio Estado. Entretanto el narcotráfico era el botín a tomar por ambos lados como objeto de financiamiento. La guerra tenía tres frentes, la fuerzas armadas del Estado, los grupos guerrilleros y las Autodefensas Unidas de Colombia (los paramilitares). Desgraciadamente la población civil estaba en justo medio de las balas.

La Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP), una de las tres grandes guerrillas del proceso, llegaron a tener 22 mil efectivos, de lejos la milicia más grandes de la historia del continente. Su estrategia de combate iba por todos los frentes, con operaciones tanto en la ciudad como en el campo. Secuestros, actos dinamiteros, extorsiones, sabotaje a las industrias, reclutamiento de niños y miles de minas antipersona sembradas por todo lado. Bajo el pretexto de su lucha le destruyeron la vida de mucha gente. Los paramilitares son el peor rostro de esta masacre. Éstos hacían lo mismo que los guerrilleros y cosas mucho peores con el único propósito de mantener el estado de las cosas. En su larga lista de crímenes hay violaciones, ajusticiamientos, cientos de miles de asesinatos, robo de tierra, desplazamiento de poblaciones enteras. El Estado por su parte no se quedó atrás, en la época de Uribe, el presidente acudió a los yankis y consiguió el financiamiento más grande jamas visto para armar y modernizar a su ejército. La guerra siempre es un buen negocio para todos y los del norte querían ser parte de la fiesta.


Hoy finalmente parece que la pesadilla termina. Tras la firma del cese al fuego bilateral y definitivo estamos a vísperas de la paz. Una paz que no sucederá al día siguiente, pues los pos-conflictos suelen ser a veces peores de que la propia guerra; pero comienza un proceso distinto mediante el cual los ciudadanos, quienes han sido las directas víctimas de todo este holocausto, podrán recuperar su vida. Los acuerdos de paz buscan comprometer al Estado a resolver real y efectivamente las razones que dieron origen a la guerra, pues sólo eso garantizaría no volver a tomar las armas para multiplicar la violencia. Hay mucha gente que preferiría que la guerra continuase, el uribismo se ha alineado con el pensamiento de su líder y cree que la paz es una firma de rendición. Están convencidos que el fratricidio es el mejor futuro posible. Felizmente son más lo que piensan distinto y cantan la misma canción: “para la guerra nada”.