Que los profetas se nos queden



Hondos luceros para todas las noches,
gigantes de piedra y agua,
estandartes valientes al viento;
titanes temerarios acorazados en la palabra.

Cada tiempo tiene sus nombres,
todas las alturas se hacen con sus abismos.
El escenario de nuestras vidas
siempre estará acompañado de sabios y tiranos.

El viento que nos toca la cara,
se ha hecho con las voces de los libres.
Son ellos los que nos amanecen.

Dicen que el viejo Oseas, es decir Facundo,
levantó los ojos a la altura de las miradas y habló:

            Escuchen esto los que pisotean al pobre
            y quieren suprimir a los humildes de la tierra,

            He aquí que vienen días - oráculo del Señor -
            en que yo mandaré hambre a la tierra,
            no hambre de pan, ni sed de agua,
            sino de oír la palabra de Dios.

Entonces el orbe tembló con sus cantos,
su guitarra sacudió las nubes y los abrazos.

Ayer me han dicho que el viejo profeta se ha ido,
todavía cuando su bastón nos marcaba el paso.
Me cuentan que nos lo arrebató una ráfaga,
un trueno perverso, un relámpago de furia.

Sin embrago, nadie nos quitará nunca su palabra,
sus ecos resplandecerán en cada horizonte;
incendiando los corazones de los justos,
su onda navegará en el universo.




Contigo nos quedamos... maestro.