Comencemos diciendo que el concepto de “oposición” encierra una desgraciada imagen, sea por el concepto en sí o por la historia que lo precede. La Oposición como concepto debería parecerse más a cuerpos deliberantes que son capaces de objetar y proponer. Dicho de otra manera, un semejante dispuesto cara a cara delante de su par para dialogar, interrogar, debatir, interpretar y decidir. No obstante la oposición que tenemos es un grupo de “contreras” que tienen que decirle NO a todo, aunque ellos mismos no sepan por qué. Una oposición así no tiene futuro.
Cuando Evo Morales llega al poder hay un quiebre en las relaciones políticas tradicionales. El nuevo gobierno no pacta con ningún otro partido político, no ofrece ministerios, no negocia votos en el parlamento. Eso supuso para la vieja política el fin de sus días de chacota. La oposición entonces era un mecanismo de presión para conseguir una tajada más grande de la torta o renegociar las condiciones de la repartición; nunca fue realmente un protagonista del debate en beneficio de las demandas del pueblo, sino usó de las demandas para su beneficio. Las elecciones judiciales serán otro capítulo más de los ridículos fracasos de la oposición desde entonces. No están en juego los candidatos, no hay un debate mínimo por las cualidades profesionales de estos, a nadie le interesa hacer de este proceso un evento democrático sin precedentes. La consigna del bloque de oposición es poco menos que infantil, vacía de inteligencia y facilona: VOTO NULO.

Fuera del escenario parlamentario los movimientos sociales han tenido una vez más que asumir el rol de Oposición, ante la incompetencia de oficialistas y opositores. De hecho el único mérito de la oposición es su ineficiencia, pues su incapacidad de fiscalizar le ha llevado al gobierno a cometer graves errores y omisiones; cosa que le conviene a la oposición, pero no le sirve de nada al país. El conflicto del TIPNIS, las demandas de la FEJUVE de El Alto y las reivindicaciones potosinas nos sitúan nuevamente en la realidad y nos obligan a pensar nuestro tiempo y el “proceso de cambio”.
.jpg)
El Mundo, 15 de agosto 2011