Trípoli ha sido tomada por los rebeldes. Los noticieros nos muestran grupos de jóvenes armados, sin uniforme, montados en camionetas en las que se le han adaptado armamento pesado. Algunos sitios en Internet han colgado las fotos de los caídos en los últimos enfrentamientos. La cantidad de gente muerta es innumerable, todos los muertos parecen civiles y es imposible saber a que bando pertenecían. Realmente es muy difícil tener una idea real de lo que sucede. Entre tanto Muammar al-Gaddafi continúa arengando a lo que quedan de sus tropas a resistir y acabar “con las ratas”. Las fuerzas de la OTAN han bombardeado cuarteles y bunkers con el fin de terminar con el líder libio. Por el otro lado los rebeldes buscan al menos 50 mil desaparecidos, gente que fue hecha prisionera por el régimen desde que comenzó la guerra civil y se teme que hayan terminado en fosas comunes.
Eso es lo que se ve, todo eso es lo que nos dicen los noticieros y lo que alcanzamos a recolectar de otros medios informativos. Lo que pasa en Libia es semejante a lo que ya ha ocurrido en Túnez y la caída de Ben Ali, luego siguió Egipto y el derrocamiento de Hosni Mubarak; ahora es el turno de Gadafi y muchos afirman que está muy cerca la hora de Siria y la caída de la dinastía Asad. Todos países muy ricos, aunque la mayor parte de su población vive en la pobreza, el inmovilismo político y la falta de democracia. Todo esto ha despertado la furia y el repudio popular, poniendo en jaque a unos líderes que se enriquecieron y vivieron a costa del Estado.
Sin embargo, hay cosas que nunca las veremos en los noticieros y que difícilmente se tomarán en cuenta a la hora de hacer un recuento de los daños. Detrás de este nuevo episodio de la guerra entre “los buenos” y “los malos” hay cosas que no se dicen, pero son imprescindibles para entender cómo funciona este mundo. Por ejemplo llama mucho la atención la manera en que occidente ha intervenido en cada uno de estos sucesos. Los hechos de Túnez pasaron casi desapercibidos, pero los de Egipto cobraron una enorme relevancia, pues al principio hubo un apoyo tácito de los países europeos y EEUU a Mubarak. Cuando la caída ya era inminente no hubo más remedio que apoyar al pueblo Egipcio y su determinación de dar vuelta a la página. Con Gadafi fue distinto, el apoyo a los rebeldes fue casi inmediato y el argumento del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas fue proteger a los civiles. En Siria los muertos se cuentan por millares, la violencia del régimen de Asad no cesa y nadie dice nada.
Parece pues que hay civiles que importan más que otros. La OTAN no escatimó esfuerzos para armar a los rebeldes libios y bombardear todo cuanto podía ser bombardeado. A Siria y a Egipto no enviaron ni siquiera un saludo de solidaridad. Entre tanto el Consejo de Seguridad sigue siendo ese club privado de las grandes potencias, para definir el futuro del mundo de acuerdo a sus intereses y necesidades. El congresista republicano Ed Markey hizo la siguiente declaración en medios televisivos de Norte América: “Bueno, estamos en Libia a causa del petróleo. Y yo creo que tanto Japón y la tecnología nuclear como Libia y esta dependencia que tenemos sobre la importación del petróleo, ponen una vez más de manifiesto la necesidad de los Estados Unidos de tener un programa de energía renovable en el futuro”.
Probablemente todo lo que sucede en el norte de África no sea nada más que una ficción, una grosera puesta en escena de un “Apocalipsis now” en una versión mejorada. Quizás la gente que hoy celebra su libertad ya no será la víctima de la opresión de su gobierno, aunque tal vez mañana los gobiernen las transnacionales que se llevarán su petróleo y sus riquezas para otros bolsillos.
El Mundo, 29 de agosto 2011
El Mundo, 29 de agosto 2011