El chaqueo es otra prueba de nuestra irresponsable relación con la naturaleza y la evidencia de una agricultura totalmente precaria. Mucha gente en las ciudades se preguntará ¿por qué tenemos que soportar cada año todo ese humo y sus terribles consecuencias para la salud?
La técnica de quema y roza es una práctica muy antigua usada especialmente en las Tierras Bajas. Aunque resulte muy difícil de creer los suelos orientales son muy pobres en nutrientes y por lo tanto la tierra no es muy apta para cultivos intensivos. Los llanos orientales y nuestra Amazonía es un ecosistema muy frágil que necesita de todas las partes interactuando. Entonces ¿cómo es posible que suelos tan pobres sean el lecho de una selva tan exuberante? Las hojas de los árboles forman en el piso del bosque una cama de abono natural que se va descomponiendo poco a poco, proveyendo a las plantas del alimento necesario para sus raíces.
El hombre a lo largo de su proceso adaptativo en este ecosistema, descubrió que los suelos del bosque desmontado para la agricultura se agotaban muy pronto. Por tanto las cosechas, que en principio podían ser abundantes, en uno o dos años terminaban siendo insignificantes en relación al trabajo invertido. Es por eso que muchas culturas de las Tierras Bajas hicieron un uso extensivo del territorio. Una de las razones por las que las comunidades itineraban, no sólo era para buscar a las presas de caza, sino además para asentarse en nuevas tierras de desmonte y cultivar. Este sistema fue un verdadero éxito adaptativo. Pues la tierra abandonada pronto sería bosque nuevamente y la nueva tierra desmontada ofrecería un par de años de buenas cosechas y así sucesivamente.
Cuando se desmota, la única manera de eliminar todos esos troncos y hojas es quemando los desechos. La quema permite limpiar el suelo y disponerlo para cultivar; a su vez la ceniza se convierte en un fertilizante natural, siendo ésta una fuente rica en nitrógeno. Todo esto les funcionaba muy bien a guaraníes, chiquitanos, moxemos, mobimas, etc. Los pueblos del oriente vivían del bosque sin sobreexplotarlo y garantizando la vida de todo lo que ahí habita. Sin embargo, tras la invasión española la selva se lleno de vacas, éstas necesitan pastos y por tanto es necesario desmontar y quemar cantidades inmensas de bosque. Más tarde, ya en nuestro tiempo, con la aparición de la agro-industria los bosques fueron una vez más víctimas del “progreso” y el “desarrollo”. Los abonos químicos resolvieron el problema de suelos pobres, lo que permitió ampliar la frontera agrícola.
Cada año en el mundo se pierden 11,3 millones de hectáreas de selva. Con ella no sólo perdemos nuestros bosques, también desaparece el ecosistema con mayor diversidad del planeta, se desertifican los suelos, las fuentes de agua y los ríos se contaminan; en resumen, todo muere. Esa cortina de humo en Santa Cruz no es sólo un problema sanitario por las enfermedades respiratorias, es un problema ecológico absolutamente ignorado y al que nos hemos acostumbrado sin el menor remordimiento.
Nuestro gobierno, defensor de la naturaleza, aún no tiene políticas serias para un manejo responsable de nuestros bosques. Nuestra agricultura debería garantizar la seguridad alimentaria, no obstante sembramos soya transgénica para vendérsela a los chinos. Los pueblos indígenas que deberían ser el patrimonio moral del mundo les están vendiendo la madera a los traficantes. Para rematar se construye una carretera en medio del TIPNIS para reforestar la Amazonía con coca. Todo ese humo no sólo debería irritarnos la garganta y los ojos, debería indignarnos y empujarnos a reclamar por la vida de nuestra tierra y el mundo.
El Mundo, 5 de septiembre de 2011