Para muchos de nosotros lo que pasa en
el Medio Oriente nos resulta familiar, pero al mismo tiempo es desconocido.
Casi todos sabemos que la tierra donde nació Jesús es el escenario de un
enfrentamiento entre palestinos e israelíes que parece no tener fin. Sin
embargo, la disputa por el territorio no es sólo una pugna entre dos pueblos o
dos culturas que son incapaces de convivir juntas. Se trata de un conflicto que
tiene que ver con el mundo entero. Nos guste o no, todos los países estamos
involucrados, porque en ese minúsculo lugar del mundo se juegan las relaciones
geopolíticas con las que hoy se ordena la sociedad.
En 1914 el ya decadente imperio Otomano
decidió sumarse al conflicto armado de la primera guerra mundial. Estos son vencidos
por los británicos y tras la ocupación toman bajo su custodia el actual
territorio en disputa, en la figura de Mandato Británico de Palestina. Mucho
antes de la guerra, los británicos, por razones políticas y económicas,
decidieron apoyar al movimiento sionista; el cual buscaba la constitución de un
Estado judío, en la que ellos consideran la tierra prometida por Dios: Israel.
Cabe recordar que el movimiento sionista nació en Europa y estuvo inspirado en
las transformaciones políticas del siglo XIX. La misma idea de Estado-Nación,
que hizo posible los Estados europeos modernos, justificaba la aspiración judía
a tener como pueblo un territorio y por ende un Estado propio.
En el pasado los judíos conformaron un
pequeñísimo reino en la región de Canaán, que alcanzó su máximo esplendor hacia
el año 1000 antes de Cristo, con el gobierno de David y Salomón, los mismos que
aparecen en la biblia. Luego este reino entró en un periodo de decadencia y
finalmente cayó bajo el dominio del imperio Asirio. Luego siguió el imperio
babilonio, el arquemínida, los seleucidas y finalmente los romanos. El año 66
después de Cristo los judíos se rebelaron contra el imperio y éste los masacró
y destruyó su templo. Desde entonces dejaron de ser una nación vinculada a un
territorio y las comunidades judías abandonaron la región y se asentaron en
diversas partes de Europa, África y el Medio Oriente. Mientras tanto la Palestina fue ocupada por pueblos, reinos e imperios de cultura árabe y por
ende profundamente ligados al Islam. Si bien la presencia judía en la región se
mantuvo, particularmente en Jerusalén, estos eran ahora una minoría en un nuevo
contexto sociocultural.
Ya en nuestro tiempo, los británicos se
encargaron de ser mediadores en la causa sionista y facilitaron la ocupación de
palestina con la intención de formar un nuevo Estado, donde conviva el pueblo
árabe, antiguamente gobernado por el imperio otomano, y los judíos europeos que
acababan de llegar. Ese tira y afloja del mundo occidental con el mundo árabe,
por la constitución del un Estado judío, tuvo su punto de inflexión después de
la segunda guerra mundial. La grave matanza de judíos protagonizada por el
ejército alemán llevó a la recién nacida ONU en 1948 a reconocer el nacimiento
del Estado de Israel.
Hoy el pueblo palestino también exige
ser reconocido como Estado, pero al mismo tiempo la demanda incluye el cese de
la ocupación de las que han sido sus tierras por casi 2000 años. De cierta
manera desafían una vez más al mundo occidental y reclaman con justicia por
todos los atropellos a los que han sido sometidos por los israelíes. Los que alguna vez fueron perseguidos y masacrados, hoy persiguen y masacran al pueblo
palestino, y no contentos con ocupar sus tierras les construyen un muro tan
vergonzoso como el de Berlín. Asimismo la geopolítica se va calentado, y nos va
mostrando el nuevo rol de los países emergentes. Los viejos dueños del mundo
continúan enseñándonos su poder con prepotencia, pero estamos muy cerca ya de
voltear la página.
El Mundo, 26 de septiembre 2011