La prensa ya ha comenzado a
tratar, aún tímidamente, la posible quiebra de la mina de estaño Huanuni. Hace
sólo unos meses, en mayo para ser precisos, el vicepresidente nos afirmaba: “Huanuni
sostiene a Bolivia, es un orgullo, sabemos que tenemos que invertir más para
desarrollar nuestros socavones y generar más recursos para el país”. La
realidad es que hay 3500 empleados más de los que se necesitan, algunos reciben
sueldos que rondan los 12 mil bolivianos y para rematar se produce un tercio de
lo que una mina con sus características debería producir. Sin embargo, esta vez
no vale la pena detenernos en cifras, costos de inversión y producción; este ya
es un cuento conocido. La estatización o nacionalización genera un periodo de buenas
cosechas y después llega un grupo de incompetentes, asociado con una comparsa
de advenedizos, aprovechados y corruptos, que se encargan de “arreglarlo” todo.
La nacionalización tiene
como principio fundamental la recuperación de las empresas estratégicas del
Estado para garantizar que los beneficios de éstas se queden en casa. Aquí
entran muy poco las ideologías. Si bien detrás del discurso del gobierno
podemos leer un mensaje de corte socialista, la estrategia económica es más
bien un capitalismo de Estado. Es decir, el gobierno afirma: “recuperamos de
las manos de las transnacionales lo que los vendepatrias regalaron a precio de
gallina muerta, ahora ésta es una empresa de todos los bolivianos”. Cuando en
realidad quieren decir: “Hagamos a un lado a las transnacionales, porque ellas
se llevan los beneficios y a partir de ahora el Estado la administra y dispone
de esos recursos”.
Lamentablemente el Estado
no es bueno administrando. Se necesita de mucha disciplina y grandes ideales
patrióticos y morales que garanticen que la cosa marche. Es como un auto que
tiene un sólo dueño respecto al auto que lo comparten varios amigos. Si el
vehículo es de uno, uno se encarga de cuidarlo, lavarlo, llevarlo al mecánico y
cambiarle el aceite. En cambio si el carro es de todos -como dice el dicho-
entonces es de nadie. Luego, nadie sabe quien dejó el carro sucio, nadie es
responsable de que los frenos silben; cuando se funde el motor nadie tiene idea
de qué pasó, y todos se echan la culpa de que el cacharrito terminó en el
botadero.
¿Entonces cual es la
solución? Unas transnacionales que nos traigan capital de inversión, hagan
crecer nuestras industrias, pero a cambio se lleven toda la plata y nosotros
nos quedemos con el consuelo de ser un país productivo, con empleo e
inversiones. O más bien debemos solazarnos con que todo es nuestro, llenarnos
la boca de chauvinismo y decirle al mundo que somos un país soberano; pero
corrupto, incapaz, ineficiente e irresponsable. A las multinacionales les
interesa ver traducida su inversión en ganancias, expansión y crecimiento. A un
gobierno, sin importar si es de izquierda o derecha, le importan los votos de
la próxima elección. Eso le lleva a hacer un pacto con Dios y con el Diablo que
difícilmente garantiza un éxito sostenible, pues las relaciones se sostienen a
partir del prebendalismo y la politiquería.
En algún momento creímos
que la caída de Santos Ramírez era la verdadera evidencia de un cambio
sustantivo en esa maña de encubrir a los maleantes del partido, pero parece que
sólo fue un accidente y no más. Probablemente sin asalto y sin muerto esa
historia hubiese entrado al anecdotario de los “vivos” que se hicieron de
plata, casa y auto mientras transitaron por el poder. Por ahora, vayámonos
preparando a la RELOCALIZACIÓN, seguramente los 5000 empleados de Huanuni se
irán con gusto al TIPNIS... Dicen que hay una carretera nueva y tierra para
todos.
El Mundo, 19 de septiembre de 2011