La crónica de los hechos
es aterradora. Gente corriendo en medio de la selva, una nube de gases, niños
gritando por encontrar a sus madres, madres que son enmanilladas, gente
arrastrada por suelo con la boca tapada con cinta adhesiva, golpes, moretes e
inflamaciones. Lo que vino después fue verdaderamente épico. El operativo
pretendía no sólo dispersar la marcha, sino además se habían dispuesto diez
buses y hasta aviones para llevar a los machistas hasta su casa o al menos
dividirlos para evitar que se reagruparan. Entonces la gente de a pié, el
boliviano común y corriente apagó el televisor y despertó dentro suyo ese
poderoso impulso a manifestarse y participar. La solidaridad llegó al extremo
de detener un avión, marchas por toda partes, cientos de miles de personas en
todo el país gritando que viva el TIPNIS y que vivan los indígenas. Tal era la
algarabía que durante la semana la COB aprovechó la oportunidad para inaugurar
la remozada e histórica plaza de San Francisco.
No queda duda que la
democracia boliviana, entendida más allá de lo estrictamente político, es una
de las más participativas y vigorosas del mundo. La capacidad que tiene el
boliviano para involucrase con la historia es realmente conmovedora. Esto
explica, también en parte, nuestro especial grado de desorganización. Siempre
habrá algo que no le gustará a alguien y éste alguien no dudará mucho en
manifestarse para reivindicar sus derechos. Sin embargo, es infinitamente
preferible así, que vivir en una burbuja como en la de EEUU, donde nadie dice
nada en medio de una crisis devastadora.
Ahora bien, no podemos
perder de vista un cúmulo de sucesos que han permitido a Bolivia
transformaciones incontestables. Todas las expresiones de desprecio contra la
represión gubernamental es una prueba de cuánto hemos avanzado en el
reconocimiento de nuestra riqueza más grande: nuestras diferencias. Finalmente
estamos comenzando a valorar lo que somos, en sus distintos rostros y formas de
vida. Estamos dejando atrás ese proyecto absurdo del mestizaje para creer en
los distintos rostros y nombres que tiene nuestro país. Todo esto ha sido
posible no sólo en el plano del discurso y la práctica, sino asimismo en el
ámbito de la ley. La Nueva Constitución es uno de los logros más importantes en
la historia nacional y precisamente hoy nos sujetamos a ella para exigir que se
respeten los derechos de los pueblos indígenas y los de la Madre Tierra.
En este sentido, es muy
sencillo ver hechos aislados y usar descalificaciones temerarias. Ciertamente
hay cosas que no se hacen bien y está bien reclamar por eso. No obstante, la
política es todo menos un juego equilibrado. El poder se lo disputa muchas
veces con oportunismo y hay gente que es capaz de vender a su madre con tal de
conseguirlo. La derecha en concreto, ahora nos resultó ecologista e indigenista,
cuando hace menos de tres años agarraban a palos a esa misma gente en Santa
Cruz y en la plaza 25 de mayo en Sucre. Puede no gustarnos Evo, pero todo lo
que ahora está sucediendo es fruto del proceso comenzado hace 6 años. Entre tanto los dinosaurios quieren usar esta
coyuntura en su beneficio y lo peor es que también terminan usándonos para
conseguir sus propósitos.
El Mundo, 3 de octubre de 2011