Uno
de los pilares de la integración y el desarrollo han sido y seguirán
siendo los caminos. El imperio Inca y el imperio Romano, dos de las
culturas más importantes de la historia, lo supieron desde el
principio y por eso mismo fueron magníficos constructores. El inca
poseía una red de caminos sorprendente que integraba todo el
Tawantinsuyu. Muchos de estos caminos tuvieron como objetivo allanar
el paso del ejercito hacia las nuevas conquistas; no obstante, el uso
principal de los caminos no era ese. Una vez garantizadas las
conquistas y negociadas las alianzas era imprescindible generar las
condiciones para el intercambio de productos y mercaderías.
Gran
parte de la economía andina estaba basada en el trueque y la
complementariedad entre los distintos pisos ecológicos. Los andes
aprovisionaban al imperio de papa, quinua, sal y carne de llama entre
otros productos. Los valles eran la cuna del maíz, coca, fruta,
otras variedades de papas, legumbres y textiles. Las regiones
costeras indudablemente ofrecían gran variedad de frutos de mar. Los
enclaves en el pie de monte y ceja de selva permitían el acceso a
productos de la región y ante todo fomentaban la relación con los
pueblos de Tierras Bajas, que no eran tributarios del imperio. Esta
estrategia le permitió a los Incas convertirse en el imperio más
grande e importante de América; una estrategia que no la inventaron
ellos sino las culturas predecesoras, pero fueron ellos los que la
aprovecharon al máximo.
Hoy
en día las carreteras cumplen funciones parecidas. Por lo general
acortan las distancias y facilitan el acceso a los diversos
beneficios que ofrece la vida moderna. Una carretera puede significar
para el Estado una presencia real sobre regiones que antes ni
siquiera aparecían en el mapa. Al mismo tiempo permite el acceso a
la electricidad, mejores condiciones para los servicios de salud y
educación, y por supuesto muchas más facilidades para vender la
producción local en el mercado. Hasta aquí todo es hermoso, bello y
romántico.
Detrás
de las carreteras está también el proyecto capitalista y
globalizador en su máxima expresión. Ese proyecto neoliberal en su
versión sudamericana se llama IIRSA (Integración de la
Infraestructura Regional Sud Americana). Los llamados corredores
bioceánicos buscan no otra cosa que facilitar el comercio. Las
posibilidades integración comercial son extraordinarias, imaginemos
llevar nuestra mercaderías a cualquier parte de Sudamérica. Las
exportaciones y las importaciones crecerían de un modo nunca antes
visto; sin embargo, la realidad y los alcances del proyecto no se
reducen apenas a esto. Estados Unidos y Europa han comenzado una
decadencia sin retorno, los mercados asiáticos y particularmente
China son el futuro del comercio mundial. Indudablemente que Brasil
es el principal interesado y de ahí que no resulte tan extraño el
generoso préstamo y la presión de su diplomacia para resolver el
tema TIPNIS.
Infelizmente
esta es la otra cara de nuestro socialismo del siglo XXI. Se ha
revestido de las demandas de nuestros pueblos, pero en el fondo sigue
trabajando para los viejos patrones. La presidenta Dilma, tan
revolucionaria y guerrillera como nuestro vicepresidente, dijo hace
poco que hay que dejar tanta ideología y ser más prácticos. Al
igual que nuestro presidente Evo, estandarte del anticolonialismo y
defensor de la “Madre Tierra”, la presidenta del Brasil se ha
empecinado en construir una represa en el parque del Xingú. La
represa de Belo Monte inundará y desplazará de su tierra a miles de
indígenas en pos del desarrollo. Ya sabemos de memoria todo lo que
va pasar en el TIPNIS. El futuro de nuestros pueblos depende
indudablemente del desarrollo, pero el futuro a largo plazo depende
de la subsistencia del planeta. ¿Será posible apostar por el
desarrollo y la integración, respetando la diversidad y el planeta?
¿Tendremos el coraje de creer en nuestro discurso y hablar de
reciprocidad no sólo para llenarnos la boca?
El Mundo, 9 de enero de 2012