El presidente
guatemalteco Otto Pérez Molina se sumó a las tantas voces que creen
que es necesario dar un giro en la política contra las drogas. A
mediados del año pasado la Comisión Global para Política de Drogas
aseguró que la guerra contra las drogas ha fracasado y entiende que
la única salida posible al problema es la despenalización del
consumo. Entre los miembros de dicha comisión figuran entre otros:
Fernando Henrique Cardoso, César Gaviria, Ernesto Zedillo, Kofi
Annan, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes.
En efecto, la propuesta
no apunta a la legalización, sino busca redefinir el problema y por
ende cambiar las estrategias para abordarlo. La comisión insta a
reconocer que el tema de las drogas es un asunto de salud pública y
no un problema criminal. En esta misma línea Pérez Molina sostiene
que hay que "encontrar vías alternativas para combatir el
narcotráfico, 30 años de combate tradicional sólo con armas y
muertos no es posible; tenemos que estar abiertos a alternativas
viables". El gobernante pretende protagonizar un amplio debate
en torno al tema junto a otros líderes de la región.
Como es de suponer, los
representantes del gobierno de los Estados Unidos no han demorado en
expresar su rechazo ante la iniciativa. El comunicado de la embajada
norteamericana afirma: “Si las drogas ilegales fueran
descriminalizadas, mañana en Centroamérica, las organizaciones
criminales transnacionales y las pandillas continuarían
involucrándose en actividades ilícitas”. “La corrupción y los
homicidios en Centroamérica son exacerbados ciertamente por el
tránsito de drogas ilegales; al descriminalizarlas, el crimen en
Centroamérica podría bien incrementarse”.
A Bolivia este tema le
atañe por sobrados motivos. Imaginemos el escenario probable. Los
laboratorios en medio de la selva se trasladarían a modernos
edificios en nuestras capitales, donde se procese los narcóticos con
las más estrictas normas de calidad. Indudablemente los precios
bajarían porque hay una larguísima lista de personas a las que ya
no habría que pagar. Descontando a los cocaleros que recibirían
mucho menos dinero por la preciada materia prima, ya no sería
necesario recurrir a “mulas” que trasladen la mercancía por los
senderos subterráneos de este planeta. Una infinita cantidad de
personas que hoy estarían fuera de la cárcel o del cajón por
haberse tragado 50 condones llenos de cocaína. Bastaría con empacar
el producto en bonitos embaces, con sello de garantía y despacharlo
en un container al país de la fantasía; con sus millones de
consumidores comprando su dosis en la farmacia.
Pero eso no es todo. Es
muy probable que los cárteles de droga, que hoy deciden la suerte de
los mexicanos, vean caer por los suelos la razón de su emporio.
Quizás las selvas peruanas volverían a ser un lugar para vivir.
Guerrilleros y paramilitares en Colombia tendrían menos dinero para
financiar una absurda lucha armada que tantas vidas se ha robado.
Puede ser que construir una carretera en medio del TIPNIS no
signifique una “colonización colla” y el riesgo inminente de
convertir el hogar de los pueblos indígenas en una gigante
plantación de coca. ¿Será acaso posible que ese grotesco “estado
de bienestar” en el que dicen vivir los del norte ya no sea a costa
de nuestros “estados de malestar”? Ojalá tengamos el valor de
entrar en el debate, analizar los pros y los contras, y ser capaces
de repartir las responsabilidades del problema con más justicia y
mucha menos sangre.