Nos
enfrentamos
a
la
puesta
en
marcha
de
un
nuevo
modelo
educativo.
La
ley
Avelino
Siñani
– Elizardo
Peréz
da
por
concluida
una
anterior
reforma
educativa
que
nunca
terminó
de
despegar.
De
ese
ya
pasado
intento
de
ordenar
la
educación
en
el
país
nos
quedan
unas
cuantas
escuelas
de
diseño
exagonal
y
unos
pocos
textos
en
quechua.
El
resto
se
mantuvo
imperturbable
como
si
fuese
absolutamente
normal
que
las
cosas
sean
de
esa
manera
y
no
de
otra.
Nuestros
profesores
y
educadores
se
han
ganado
la
merecida
fama
de
ser
un
gremio
negado
a
cualquier
cambio,
empeñados
en
cuidar
el
gueto
que
han
creado
para
sí
mismos.
Todavía
recordamos
todo
el
berrinche
que
hicieron
para
no
estudiar
una
licenciatura
y
son
inolvidables
las
veces
que
los
han
pescado
haciendo
chanchullo
en
los
exámenes
de
ascenso.
En
momentos
como
los
que
vivimos
ahora,
es
indispensable
recordar
a
Paulo
Freire
y
sus
luminosas
palabras
acerca
de
los
vicios
que
cargan
quienes
han
asumido
la
tarea
de
educar:
“Dictamos
ideas.
No
cambiamos
ideas.
Dictamos
clases.
No
debatimos
o
discutimos
temas.
Trabajamos
sobre
el
educando.
No
trabajamos
con
él.
Le
imponemos
un
orden
que
el
no
comparte,
al
cual
sólo
se
acomoda.
No
le
ofrecemos
medios
para
pensar
auténticamente,
porque
al
recibir
las
fórmulas
dadas
simplemente
las
guarda.
No
las
incorpora,
porque
la
incorporación
es
el
resultado
de
la
búsqueda
de
algo
que
exige,
de
quien
lo
intenta,
un
esfuerzo
de
recreación
y
estudio.
Exige
reinvención”.
Reinvención
que
transforme
la
realidad
de
la
persona
y
así
de
toda
una
nación.
Educación
para
la
libertad
y
una
libertad
que
se
pone
al
servicio
de
los
otros.
En
el
debate
cotidiano
se
polemiza
en
torno
a
lo
mismo
de
siempre.
“Queremos
cambio,
pero
no
tan
rápido”.
“No
vamos
a
acatar
la
implementación
de
la
nueva
currícula
porque
no
nos
gusta
y
punto”.
“El
Magisterio
no
va
permitir
que
desprestigie
el
noble
oficio
de
la
enseñanza”.
“A
nosotros
nadie
nos
puede
decir
lo
que
tenemos
que
hacer”.
“Mañana
mismo
convocamos
a
paro
y
ahí
vamos
a
ver
quien
tiene
la
razón”.
Infelizmente
las
leyes
por
si
solas
no
hacen
un
acto
de
magia
y
trasforman
todo
de
un
día
para
otro.
Cualquier
cambio
en
la
educación
supondrá
también
una
transformación
radical
de
la
mentalidad
y
el
modo
en
que
hemos
venido
haciendo
las
cosas.
No
se
trata
únicamente
de
los
profesores,
tan
necios
y
testarudos
como
son;
sino
es
un
asunto
que
le
atañe
a
toda
la
población
adulta
de
este
país.
Quienes
nos
hemos
vuelto
en
replicadores
del
desorden,
la
falta
de
disciplina,
la
filosofía
de
lo
más
fácil
y
el
menor
esfuerzo.
La
nueva
ley
en
su
artículo
3
afirma:
“[La
educación]
Es
descolonizadora,
liberadora,
revolucionaria,
anti
-imperialista,
despatriarcalizadora
y
transformadora
de
las
estructuras
económicas
y
sociales;
orientada
a
la
reafirmación
cultural
de
las
naciones
y
pueblos
indígena
originario
campesinos,
las
comunidades
interculturales
y
afrobolivianas
en
la
construcción
del
Estado
Plurinacional
y
el
Vivir
Bien”.
Este
parágrafo
por
sí
sólo
es
un
horizonte
gigantesco
y
grandioso.
La
ley
podría
quedar
resumida
en
estas
líneas
y
dejar
todo
lo
demás
a
la
iniciativa
de
mujeres
y
hombres
valientes,
capaces
de
asumir
el
reto.
Son
propósitos
que
van
mucho
más
allá
de
enseñarles
a
los
chicos
que
Colón
fue
un
desgraciado
aventurero
que
nos
desgració
a
nosotros.
Es
mucho
más
que
unas
clasecitas
mal
dadas
de
quechua
y
guaraní
con
profesores
que
saben
tanto
guaraní
como
ingles.
Sin
duda,
es
infinitamente
más
grande
que
ponerse
polleritas,
abarcas
y
ondear
la
wipala
para
la
hora
cívica
del
22
de
enero.
Si
nos
tomamos
en
serio
el
desafió,
con
seguridad
el
día
de
mañana
viviremos
en
un
país
distinto.
Dejaremos
atrás
ese
sueño
fracasado
del
mestizaje
tan
querido
por
Tamayo,
para
afirmar
con
valentía
y
sin
vergüenza
todas
nuestras
raíces
y
diferencias.
Seremos
capaces
de
saludarnos
en
nuestros
idiomas
y
con
seguridad
escribir
en
ellos.
Construiremos
desde
pequeños
un
Estado
más
justo
y
solidario.
Seremos
críticos
y,
con
fundamentos,
demandaremos
una
democracia
sin
tapujos
y
ejerceremos
nuestra
libertad
sin
miedo.
El Mundo, 6 de febrero de 2012