Aztecas, Mayas, Caribes,
Muiscas, Incas, Collas, Mapuches, Guaraníes, Arawacos y todos
aquellos pueblos que se olvidaron con el tiempo nos resuenan hoy más
que nunca.
En el periodo anterior de
la invasión europea a nuestro continente, esos pueblos eran dueños
de su destino. Y si bien hubieron entre ellos y otras naciones
relaciones de poder y disputa, ellos mismos, antes de la llegada de
los europeos, eran los conductores de su historia. Especular acerca
de cómo hubiesen sido los episodios del tiempo sin esa incursión es
no sólo un ejercicio inútil, sino además nos remite únicamente a
la ficción. Hoy somos esto, lo que cada una de nuestras regiones a
querido ser. Hemos recibido en nuestras entrañas la sangre, la
cultura occidental y sus idiomas; nos hemos habitado también de la
negritud que nos ha hecho tan bailantes y conmovidos. Nuestras
culturas indígenas se han circunscrito a este escenario y así somos
lo que hoy nos hemos propuesto ser, con todas sus variables. Pueblos
delineados por fronteras ficticias, bien distintos y vibrantes con
identidades que refuerzan el “ser” de cada país.
Después de la Colonia
nos habíamos acostumbrado a ser gobernados por otros extranjeros y
advenedizos que decidían cómo había de ocurrir cada capítulo del
mañana. Primero fueron los ingleses, quienes no sólo nos robaron
las Malvinas, pues también fueron los artífices de nuestra Guerra
del Pacífico. Poco después alemanes y otros clanes animarían los
propósitos de esa espantosa Guerra del Chaco. Por circunstancias
semejantes sobrevino la Guerra del Acre. Aún así fuimos
descubriéndonos vecinos y conjuramos recetas para nuestras
fronteras. Delineamos la cintura de cada uno de los países que hace
hoy esta Latinoamérica entrañable. A pesar de todos los pendientes
del Pacífico, los pueblos americanos de sur y del centro, hoy somos
amigos y socios para los propósitos que el futuro se reserva.
Latinoamérica se ha
hecho una, aun cuando las dictaduras nos robaron la esperanza, pues
los movimientos populares han hecho posible un continente fundado en
la democracia y el respeto. Tan grande ha sido esa evidencia que nos
propusimos fundar la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños). Éste es un claro síntoma de nuestra libertad y
progreso.
Norteamérica, que nos
había tenido siempre como su patio trasero, hoy se encuentra con
gentes y líderes seguros de su futuro. Tanto tiempo hemos pasado
siendo una colonia enmascarada por un otro imperio enmascarado. Al
fin hoy somos nosotros mismos, interpelando al mundo y nombrándonos
con nuestros nombres. Ya no nos da miedo dar la contra, ya no hay
represalias cuando nos oponemos, porque ahora somos del tamaño
suficiente para mirar a los otros cara a cara. Somos lo
necesariamente fuertes para decir que queremos que las Malvinas
vuelvan a casa. Repetimos redoblados que Cuba está aquí junto a
nosotros, aunque un par de países diminutos se niegue a su
existencia. Proponemos dejar de ser los subdesarrollados productores
de droga, para apuntar con nuestro dedo gigante a los consumidores.
Puede que mañana ya no
hayan más cumbres de las Américas, pero no cabe duda que el futuro
no se volverá a escribir sin nuestro permiso y legítima
autodeterminación. Pues finalmente nos hemos descubierto a nosotros
mismos como una patria grande y soberana.