La
resurrección de Jesús es el acontecimiento que funda nuestra fe
cristiana. Con ella triunfa la vida, la entrega, el servicio, la
solidaridad. La muerte no tiene la última palabra y el odio no pudo
vencer al amor. La resurrección de Jesús es una respuesta a las
víctimas inocentes que sólo han conocido el dolor y el sufrimiento,
no quedarán en el sepulcro porque Dios Padre-Madre los levantará. Y
aunque parezca que no está, que ha callado, que no interviene en
nuestras desgracias, que nos ha olvidado. La resurrección de Jesús
viene a decirnos que no, que Él está ahí, sufriendo en los que
sufren y gritando en aquellos que están en el llanto y luchando con
los que luchan por desterrar del mundo la miseria, la injusticia, el
odio.
Este
acontecimiento de fe es una muestra de que nuestros esfuerzos por un
mundo mejor no quedarán baldíos, que aunque parezca por un momento
que todo acabará en la desgracia, en la cruz, en la muerte, en el
fracaso; la vida triunfará, la justicia resplandecerá como una luz
maravillosa que derribará la loza de los sepulcros reviviendo a
nuestros muertos.
Por
eso, proclamar hoy que Jesús ha resucitado es seguir la tarea de
soñar con otra sociedad posible, una sociedad donde no triunfe la
injusticia, donde no existan mundos de primera ni de tercera, donde
no existan religiones que nos separen. Soñar que tenemos el derecho
de habitar este planeta sin la necesidad de someter a la Madre Tierra
a nuestros caprichos egoístas, sin la necesidad de arrodillar a los
árboles para luego hacer de ellos una hoguera.
Proclamar
la resurrección de Jesús es tener esperanza, y la esperanza
cristiana es siempre una manera de ser y de estar en el mundo, la
esperanza es un trampolín que nos lanza más allá del presente, la
esperanza cristiana es el trampolín que nos impulsa hacia un nuevo
horizonte. Quedarnos en la desgracia, dejar de soñar y de ver la luz
del Resucitado, es la incoherencia más triste del cristiano y la
cristiana. Si no somos capaces de ver más allá, si no somos capaces
de pasar a la vida, a la resurrección; entonces la resurrección del
Señor Jesús quedará frustrada en nosotros y en este mundo sediento
de esperanza, de vida, de solidaridad.
Que
nada nos derrote, que nada aplaste nuestro deseo de una sociedad más
amable, porque creer en el Resucitado es creer que los malvados no
triunfan, que con Jesús ya no tememos a la muerte porque ella fue
derrotada por la vida y el amor. Es esa certeza la que nos mueve a
seguir comprometidos y cantar con San Agustín ¡Oh, qué muerte...
que mató a la muerte!"
N.E.C.
N.E.C.