El arte nuestra esperanza


El Deber

Ha concluido una versión más del festival de música renacentista y barroca. Chiquitos ha vuelto a ser el epicentro de la cultura y el arte, desplegando toda su magia integradora. Músicos, cantantes y espectadores han hecho retumbar las fibras más íntimas de las entrañas del bosque y de las viejas misiones jesuíticas. Cada nota y cada acorde han trasladado el tiempo y permitido que el pasado y el presente se toquen con tremenda dulzura. Todo viaje en el tiempo nos permite saber algo más de nosotros, pues el pasado se desplaza portando la tradición y nuestro modo de ser en el mundo. Es así que construimos memoria y nos proyectamos hacia el futuro, siempre con nuevos aprendizajes y lecciones que tomar en cuenta.
Lo que hoy es un espectáculo, en el tiempo de las Reducciones constituía el alma de la vida celebrativa de las naciones indígenas reunidas en Chiquitos. Ciertamente los jesuitas tuvieron la enorme virtud de dialogar con los pueblos y las culturas con las que se relacionaron; pero fue la gente que allí vivía, y acogió a los misioneros, la verdadera protagonista de las maravillosas proezas artísticas que hoy conservamos.
La historia de la música en Chiquitos comenzó en Juli. La famosa misión en el altiplano junto con los pueblos aymaras. En la segunda mitad del siglo XVI los jesuitas llegaron a la tierra Colla y junto a sus habitantes construyeron un nuevo modelo misional basado en el intercambio y la solidaridad. Desde entonces el arte fue el catalizador de una renovada comprensión de las cosas. Pues desde ahí fue posible hacer dialogar las fuentes culturales, en pos de darle sentido al momento histórico que protagonizaban. Fue dentro de esas variables que la cosmovisión de nuestros pueblos indígenas se compenetró con el discurso traído por los misioneros. Chiquitos y Moxos seguirían las mismas intuiciones y darían como resultado el más célebre y exitoso modelo de sociedad construido hasta ahora.
Indudablemente que es lindo hacer que vuelvan a sonar los pentagramas escritos hace tres siglos. Es profundamente satisfactorio ver a cientos de músicos en el mundo entero preocupados por estudiar e interpretar la música escrita en nuestra tierra en aquella época. También es emocionante constatar que nos hemos constituido en un referente indispensable para comprender el pasado colonial gracias a lo ocurrido en la Misiones. No obstante, siguen estando pendientes los desafíos que encararon y resolvieron indígenas y jesuitas en aquella época.
Todavía somos incapaces de comprender el enorme valor que posee el arte para suscitar integración y esperanza. Nos hemos guardado nuestras mejores obras para el fetiche de narices respingadas y de gringos. Somos incapaces de visibilizar nuestro proyecto de sociedad en monumentos como los de Chiquitos, porque todavía creemos en que hay dos clases de seres humanos. Las naciones indígenas y los jesuitas triunfaron porque apostaron en todo lo bello y todo lo bueno que podían hacer juntos. Las lenguas indígenas fueron el vehículo de comunicación, la cosmovisión nativa aprovisionó a la fe y al arte de recursos para expresarse con plenitud. El respeto a la diferencia hizo posible la construcción de una sociedad donde todos eran igual de responsables de la felicidad de los demás.