
La naturaleza rige los
ciclos agrícolas y ésta depende de los movimientos de rotación y traslación de
la tierra. En el recorrido que hace nuestro planeta sobre su órbita, hay una
temporada en la que nuestro hemisferio se encuentra más lejos del sol y otra en
la que está más cerca. El eje sobre el cual el planeta gira está inclinado,
razón por la que mientras en el hemisferio Sur es verano en el hemisferio Norte
es invierno y viceversa. Cada solsticio marca un punto culminante de la
incidencia del sol sobre la línea de los trópicos. En tanto que en
los equinoccios los rayos inciden sobre el ecuador terrestre.
En efecto, en el caso
del hemisferio Sur el solsticio de invierno marca un nuevo año agrícola.
Durante los meses de abril y mayo se ha terminado de cosechar los últimos
frutos de las siembras tardías. Para el mes de junio el frío arrecia y todo se
pone amarillo, los días son más cortos y las bajas temperaturas nos obligan a
quedarnos en casa. Los animales que viven del pastoreo son los que más sufren,
pues el alimento es muy escaso y es difícil encontrar agua.
Después del solsticio
los meses de julio, agosto y septiembre son un tiempo de transición a la espera
de las primeras lluvias. En ese tiempo se prepara la tierra, en el altiplano se
vuelcan los terrones para que se oxigenen y los pájaros se coman los gusanos de
la papa; mientras en el oriente se practica la "rosa y quema", de esa
manera las cenizas dotarán a la tierra de las nutrientes necesarias para
recibir a las nuevas semillas. Entonces todo comienza de nuevo, el agua llegará
para germinar las semientes, el sol templado nos renueva la alegría, crecen los
caudales de los ríos y los lagos, los animales se aparean. Todo en todos es una
fiesta.
Como es de suponer, en
el hemisferio Norte sucede lo mismo pero al revés. El 23 de diciembre es el
solsticio de invierno y esa día es tan importante para su gente como lo es para
nosotros el 21 de junio. Las llamadas
religiones “paganas” conmemoraban toda la semana con fiestas y bailes, pues la
vida comenzaría de nuevo después de un invierno frío y de mucha nieve. De
hecho, mucho antes de que apareciera el cristianismo, el 25 de diciembre se
celebraba "el Nacimiento del Sol Invicto". Cuando el cristianismo
se propago por Europa la Iglesia instauró el nacimiento de Jesucristo ese mismo
día. Uniendo ambas conmemoraciones religiosas en una sola fe.
