Los nombres de Dios


La pregunta por Dios supone al mismo tiempo una poderosa interrogación por el hombre y por el mundo. Dislocar la mirada fuera de nuestras órbitas y ser capaces de mirarnos a nosotros mismos actuando en la historia, siendo parte de un presente y compartiendo la vida con otros y otras; que son  semejantes a mí, pero completamente diferentes. Respirar todos los aires y exaltar partícula por partícula nuestras cenizas junto a los árboles. Así, reconocer la gigantesca circularidad de un planeta redondeando el sol, pequeña luz de una galaxia, que cómo nube luminosa se arrastra por el universo. Es, de muchas maneras, abrir el horizonte a la totalidad de lo existente y renunciar inclusive a las posibilidades que nos otorga la religión.

Cierta ocasión hablaba con Sedumenedu acerca de Dios y éste me dijo: en mi lengua yekuana Dios tiene un nombre, y en pumé se llama de otra manera, también los sánema le dicen diferente. Aunque todos le conocemos por un nombre distinto, todos sabemos que siempre se trata del mismo. Porque no es posible que existan miles de dioses, sino apenas uno que se ha dejado conocer con nombres distintos. ¡Sorprendentemente simple y conmovedoramente cierto! La trascendencia no era más que un nombre habitando los corazones de los pueblos. La trascendencia no había sido trascendencia, sino el pronunciar los acordes de una íntima canción blandiendo el alma de los pasos. Un ritmo animando el baile de cada nación. Son cientos de patrias buscando lo mismo que todas las otras... ser felices y ver vivir la vida un paso adelante de la muerte.

Entonces, cuando hemos caído en cuenta de la tremenda semejanza, comienzan de nuevo las preguntas. ¿A dónde se encajan todos los espacios inundados de sangre? ¿Qué lugar merecen los espejos que proyectan fantasmas de los muertos matados? Detrás del fracaso también habitan humanos celebrando catástrofes y muchas de ellas en nombre del nombre de Dios. Así es como caemos en cuenta que aunque todos los nombres son buenos, no siempre pronunciamos correctamente las intenciones de lo divino. Preferimos camuflar el capricho y hacer con nosotros instrumentos de nuestros motivos.

La religión por su parte elabora una interpretación que puede animar un entendimiento complejo de Dios. Queremos saber su rol en la creación, las capacidades de intervenir en la historia, el papel que juega en nuestras vidas, o hasta qué grado todo aquello no es una mentira. Las grandes religiones se disputaron por mucho tiempo la primacía de la verdad. Cuando los pueblos portadores de estas tradiciones se enfrentaron a otras realidades humanas, apostaron por convertir a los otros a su experiencia; y en general negando o proscribiendo las experiencias locales. Para nuestra América aquello es un asunto sumamente familiar y cercano.

El cristianismo que la gran mayoría de nosotros profesamos fue una de las consecuencia de la invasión y la colonización europea. No obstante, a pesar de toda la violencia, nuestros pueblos originarios le dieron al cristianismo elementos que antes no poseía. La comprensión americana de Dios en torno a lo femenino propició una enorme empatía entre la Pachamama y la Virgen María. Jesucristo expresa esa humanidad renovada en la solidaridad y el cariño, muy cercana al ideal de equilibrio y ayuda mutua entre las comunidades. Los santos y santas se mezclan con las potestades de divinidades antiguas, burlando de cierta manera nombres y fronteras, y dándonos a todos siempre buenos motivos para la esperanza.