La historia de los homínidos que dieron lugar a nuestra especie se remonta hace 2 millones de años atrás. Es un tiempo que realmente somos incapaces de imaginar. Las primeras civilizaciones comenzaron a formarse más o menos hace unos 5.000 años. Si cada generación se calcula en el rango de 25 años, desde ese tiempo hasta el presente han pasado aproximadamente unas 200 a 250 generaciones. Pero si fuésemos al principio de todo, antes de nosotros han pasado unas 60.000 generaciones. Por tanto, al momento de mirar nuestro presente no podemos dejar mirar el pasado; pues al igual que hoy, los que nos precedieron también tenían preguntas como los nuestras: ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos?
El homo sapiens es el resultado un largo y delicado proceso evolutivo. De hecho, somos la última especie de nuestro género (homo). Las demás especies se extinguieron en el camino. Los neandertales fueron los últimos en existir junto a nosotros. El último de ellos murió hace unos 30.000 años y desde entonces estamos aquí solos. Es decir, todos los seres humanos existentes sobre la faz de la Tierra somos pertenecientes a una única especie. Los 7000 millones de habitantes provenimos de un grupo de personas que comenzaron a emigrar desde el África hace unos 200.000 años.
Ellos comenzaron a conquistar el continente africano, luego avanzaron sobre la India y más tarde por el sudeste asiático hasta llegar a Australia. Posteriormente se movieron hacia el norte y llegaron al Asía hace unos 50.000 años y a Europa hace unos 40.000. Desde Asia fue que arribaron nuestros primerísimos ancestros americanos y podemos contar con presencia humana en el continente hace unos 20.000 años atrás. Por entonces no éramos muchos y sea por las distancias, el aislamiento y/o las condiciones geográficas nos fuimos haciendo levemente distintos entre cada tribu.
Al principio todos tuvimos la tez oscura, luego en la medida que fuimos acercándonos al polo norte, nuestros cuerpos tuvieron que responder a las nuevas condiciones. La piel se hizo más clara y eso ayudó contra los rayos ultravioleta. En el Asia el pliegue del epicanto, que hace que los ojos sean rasgados, evitó sufrir el resplandor de la nieve. Con el ritmo del tiempo estos rasgos distintivos se fueron acentuando. La gente de los trópicos por lo general mantuvo la tez más oscura. De ahí que gran parte de los americanos, los africanos, los indios (de la India) y los antiguos australianos tengamos la piel entre negra y morena. En cambio la gente que vive más cerca de los polos, y tiene las cuatro estaciones bien marcadas, posee un color de piel más clara.
En fin, todo este cuento lo podemos resumir en lo siguiente: En primer lugar, que no se puede hablar de razas humanas. Todas nuestras diferencias no representan cambios significativos en nuestro código genético. En otras palabras, no existen subgéneros (subespecies) dentro del género homo sapiens. En segundo lugar, esto nos lleva a colegir que cuando los españoles tuvieron hijos con nuestras mujeres durante la Colonia, no fueron dos humanidades diferentes, ni dos sangres distintas las que se juntaron; sino una única realidad humana con una variedad de particularidades fisonómicas y culturales. De ahí que hablar de mestizaje a partir de la sangre o de una apariencia “mezclada” sea una aberración y puro racismo.