El tiempo
y la humanidad nada tiene que ver con una escalera de progresiones
ilimitadas, ambas trascurren en una línea continua bordada de
pequeños finales. En otras palabras, la vida no es un camino de
subida hacia un estado cada vez mejor, sino un sucesivo momento de
recreación que nos trae de vuelta a la existencia, una y otra vez
con profundos sentidos y significados para cada episodio. Por eso,
aunque nos hemos convencido de que vivimos en un lugar muy antiguo y
heredamos una memoria infinita, apenas somos ciudadanos de un
diminuto instante de este vivir compartido.
Somos una
comunidad de gente cuyos pies y manos están tejiendo su propio
momento para la vida, o mejor aún, su tiempo perfecto para la
muerte. Cada una y cada uno llama a sus ancestros con su propio
nombre, arrompe la tierra con sus pretextos y llena el espacio del
agujero con sus semillas. Dejamos germinado el mañana y soñamos ver
el futuro con los que vienen. Sin embargo, ese lugar ya nos pertenece
y hará de su historia siempre algo nuevo. Será otro mundo, que si
bien lleva nuestro pronunciamiento, éste se dice con otras palabras
y se construye en la realidad con otros materiales.
Lo
conmovedor y sublime de todo esto es que ahora mismo “estamos
siendo”. Somos millones de personas congregadas en la arbitrariedad
de unas fronteras, reconocidos apenas por el gentilicio, pero nos une
un vínculo mucho más definitivo que el sanguíneo. Son todas
nuestras vidas sumadas las que traen a “ser” a la patria.
Respiramos su nombre, con nuestra mirada desplegamos su horizonte y
con el tacto arropamos sus entrañas.
Este
lugar que habitamos no siempre se llamó como lo llamamos. Tuvo más
bien cientos de nombres a causa de una multitud enorme de caminantes
poblando sus llanuras y sus estrías. Cada paisaje se fue haciendo
definitivo para cada grupo. La selva, el altiplano, los valles, los
llanos y la costa dejaron de ser meras geografías para convertirse
en los perfiles y las manías de sus naciones. Cuna gigante, ágora
de titanes, territorio de los libres. Es así como existe un pueblo,
sólo y únicamente con la conciencia de ser parte de un lugar y
miembros de algo más grande que la sola individualidad.
Bolivia
es el nombre que le hemos querido dar a la patria, pero podría ser
cualquier otro. Y aunque el día de mañana ese nombre dejara de
existir, estarán aquí los vivos para escribir con sus bocas otro
sinónimo de libertad. Es de esta manera en que hemos ido sucediendo.
Desde el tiempo de los más primeros, nuestro mejor argumento para
ser en el mundo ha sido la esperanza, nuestro oficio predilecto es
destruir las cadenas y el canto que entonamos es supremamente
parecido al final de nuestro himno.
Hoy, en
cuanto somos el mismísimo presente de este maravilloso rincón del
mundo, estamos a cargo de su nombre y a nuestros brazos ha llegado el
legado de quienes nos ha precedido. Ahora mismo somos los
responsables de existir con la tierra, sin darle tregua a las
sombras. Tenemos en el recuerdo el dolor y la frustración de todas
las derrotas, pero nos guardamos en un lugar más bonito que el puro
recuerdo todas las veces que triunfamos y le ganamos a los perversos.
Por eso nos toca a nosotros ser capaces de empujar a esta tierra
joven a momentos cada vez más plenos de felicidad. Apasionarnos de
nuestra diversidad, amar todos nuestros colores, extraviar uno a uno
nuestros prejuicios y abrazarnos repletos de amor por habernos
finalmente querido.
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