
A lo
largo de su discurso, que duró poco menos de nueve minutos, mencionó
a Bradley Manning. Un joven soldado de 24 años, analista de
inteligencia, quién enfrenta en el tribunal marcial norteamericano
una condena a cadena perpetua por “colaborar con el enemigo”.
¡Vaya ridiculez! Hace mucho tiempo que ya sabíamos que el resto del
mundo éramos potencialmente peligrosos para el pueblo elegido por
Dios para gobernarnos, pero que nos lo digan en la cara es un hecho
soberbio. Porque el enemigo no son sólo los talibanes, sino todos
quienes se atrevan a mirar al gobierno y el ejercito de EEUU como
realmente son. Un mundo que no sabía que los soldaditos gringos,
insignias de la libertad y la justicia, estaban jugando desde un
helicóptero Black Hawk a masacrar civiles desarmados en Irak.

Cómo es
este mundo y nuestra historia de rara y caprichosa. Los viejos ejes
de poder ideológico y protagonistas de la Guerra Fría, esos
enemigos acérrimos bien parecidos a dos niños tontos jugando con
cabecitas nucleares, ahora no son más que una misma materia revuelta
y repugnante. A unos se les ocurre que es bueno entrar a Libia y
matar a Gadafi, haciendo del cadaver un trofeo y del país una
colonia barata en petroleo. En tanto que los otros están convencidos
que en Siria no pasa nada y ya vamos decenas de miles de muertos,
porque el perverso detrás de las armas y los bombardeos es su
“aliado”.
Cómo es
este mundo y nuestra historia de rara y caprichosa. Desde la embajada
de un “insignificante” país tercermundista, en el balcón del
patio trasero de la historia, se exige no sólo justicia y libertad,
sino ante todo se exige tener el derecho a saber la verdad. Delante
de nosotros los poderosos se burlan de nuestro reclamo. Sin embargo,
que no se olviden que detrás de ese rostro perseguido, adentro de
unos pasamontañas coloridos, en el silencio de una celda militar de
concreto y puerta de acero ahora estamos todas y todos.