Han
pasado más de 14 años desde la última vez en que las partes en
conflicto se sentaron a dialogar, pero la guerra ha venido sucediendo
ininterrumpidamente desde 1960. En sus inicios existieron cuatro
frentes revolucionarios: las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia), el ELN (Ejército de Liberación Nacional), el EPL
(Ejército Popular de Liberación) y el M-19 (Movimiento 19 de
Abril). Este último grupo se desmovilizó en 1990 después de 20
años de insurgencia. De hecho dejaron las armas para contribuir en
el proceso constituyente de 1991, y algunos de sus integrantes
incursionaron más tarde en la política. Los restos del EPL se
unieron a las FARC y el ELN controla algunas zonas del Norte del país
pero su acción ha pasado a ser marginal. Son las FARC las que
todavía se mantienen activas y con quienes se busca poner fin a
medio siglo de un conflicto, que ha dejado como saldo miles de
secuestros, cientos de miles de muertes y millones de desplazados.
A la hora
de mirar las cosas fríamente nos gustaría identificar quién es
finalmente el responsable de tanta desgracia. Para muchos no cabe
duda que los guerrilleros han hecho todo lo necesario para merecer el
nombre de terroristas y muchos países avalan esa denominación, por
la constante violación de los derechos humanos. Otros no dudarán en
afirmar que fue el “estado de las cosas” el fermento de la
violencia. Una cantidad de desigualdades sociales que han propiciado
tal situación de malestar que la única salida parecía ser la
Revolución armada y así cambiar el destino de los menos
favorecidos. Tristemente se entró en una espiral de muerte sin fin,
donde todo se resume en las víctimas. Pues cada parte cree estar
haciendo lo correcto y son siempre los del medio quienes sufren las
consecuencias.
El
gobierno del presidente Santos tiene la enorme virtud de haber dejado
a un lado el discurso belicista de Uribe, pero no por ello bajó la
guardia y dio golpes militares contundentes contra las FARC. Asimismo
fue capaz de incluir como puntos importantes en la mesa de diálogo
dos banderas inclaudicables de los guerrilleros: el desarrollo
agrario integral y la participación política. De modo que el
escenario es bastante alentador, pues el objetivo del Estado es
conseguir la anhelada Paz a partir del fin definitivo del conflicto
armado, la “dejación” de las armas y resolver el tema del
narcotráfico. Pero al mismo tiempo se retoman asuntos cruciales que todavía siguen pendientes a pesar de la Constitución de 1991.
Hacemos votos para que este proceso salga adelante.