Cierta
ocasión un amigo me dijo: “¿Tú sabes cuál es la imagen que
describe perfectamente a los bolivianos?” Ni idea, contame -le
contesté-. “Imaginate una multitud de personas caminando realmente
sin ir a ningún lado, hasta que uno levanta la cabeza, mirá hacia
el horizonte y constata que éste termina en un precipicio. Entonces
el sujeto les grita a los demás: ¡Miren allá hay un precipicio!
Todos giran la cabeza y extasiados proclaman al unísono: ¡¡¡al
precipicio, al precipicio, al precipicio!!! Así, sin mayor demora,
aquella multitud inicia una marcha acelerada rumbo al abismo. Como
locos caballos descarriados, levantan el polvo del suelo en su galope
y el retumbo de sus pasos parece el redoble de una ejecución. La
orilla que terminará el camino y los conducirá a la muerte está
cada vez más cerca y cuanto más cerca está más apresuran la
marcha, como si ese borde y la gente fuesen dos imanes que se atraen
fatalmente”.

Por
muchos motivos esta caricatura es demasiado parecida a la realidad.
De hecho, la gran mayoría de las veces la coreografía no es tan
perfecta y alguno se detiene demasiado tarde. Luego éste empuja al
de más adelante y así sucesivamente hasta que alguien de la primera
línea cae y se revienta a pedazos con los filos líticos de aquel
agujero. Son tantos los lugares de nuestra historia que reproducen
esta imagen a la perfección que es imposible citar a todos. En el
último tiempo tenemos ejemplos notables: los policías y los
militares en febrero de 2003, el Octubre Negro, la constituyente y la
Calancha, el 24 de mayo en Sucre (2008), la masacre del Porvenir, la
Autonomía, los separatistas y sus terroristas de alasitas, el TIPNIS
y la carretera devoradora de árboles, los médicos y sus seis horas;
y, cómo no, ahora mismo los mineros contra los mineros a puro
dinamitazo.
