En 1945 terminó la Segunda Guerra
Mundial. Un evento que nos mostraría la más horrorosa imagen de la
“civilización”. Los historiadores la llaman “mundial”,
porque creen que el mundo entero tiene por ombligo un subconsciente
diminuto signado por la violencia, la muerte y el despojo. De allí
nos llegaron los invasores de 1492, del mismo lugar se dislocaron los
bandidos que asaltaron el continente africano. Son ellos los que se
inventaron las formas más sofisticadas para matar. Desde su nación
periférica, al norte de nuestro continente, le declararían la
guerra a la humanidad y a partir de la bomba de Hiroshima nos vienen
aterrorizando una y otra vez.
Durante esa guerra no sólo se
jugaban intereses geopolíticos. La Alemania nazi pretendió replicar
la gesta de sus abuelos. Los que otrora fueran conocidos como
“pueblos bárbaros” y derrumbaran el imperio romano, se lanzaron
a la conquista del mundo con una ideología: el nacional socialismo;
gritándole a los cuatro vientos su consigna: “somos la raza
superior”. Entonces se dedicaron a perseguir y matar a las que hoy
llamamos con sofisticación “minorías étnicas”. Gitanos y
judíos fueron los que más sufrieron, pero también se lanzaron
contra homosexuales y gente con algún tipo de enfermedad mental o
disminución física. Ahora bien, es aquí donde tenemos que hacer
una precisión. Los judíos, a quienes hemos visto morir una y otra
vez en cientos de películas y documentales, no eran inmigrantes de
un lugar llamado Israel; sino, se trataba de europeos practicantes de
la religión judaica, y descendientes remotos de lo que alguna vez
fue el Reino de Israel, en la actual Palestina.
Ese reino existió entre el 900 y el
700 a.C. Luego su territorio fue conquistado por otros reinos e
imperios. Los practicantes del judaísmo creen que su Dios Yahveh les
regaló la tierra que ocuparon en señal de predilección y alianza.
Cuando la perdieron siguieron viviendo cerca de Jerusalén, la
antigua capital, a la espera de un Mesías que los libertara y
finalmente reconstituyera su país. Eso nunca sucedió y en el año
66 d.C. los romanos, quienes gobernaban la región, arrasaron
Jerusalén y destruyeron el Templo de los judíos por una rebelión
contra el Imperio. Después de esta catástrofe los judíos se
dispersaron, especialmente por Europa. Desde entonces vivieron allí
y se hicieron europeos. Un fenómeno parecido al de los gitanos, que
son originarios de la India pero se los considera una nación sin
territorio esparcida por el mundo.
Durante el tiempo del
neo-colonialismo los ingleses ocuparon Palestina, antiguo territorio
del imperio Otomano. Lugar que desde el siglo VII era habitado por
árabes practicantes del islam. Jerusalén, ciudad importante del
califato Omeya, sería asediada en repetidas ocasiones por los
cristianos europeos en la Edad Media. Tras la Primera Guerra Mundial,
Francia e Inglaterra inventaron fronteras y países en el Medio
Oriente y en 1920 crearon el Mandato Británico de Palestina. En 1948
la ONU, dirigida por los mismos autores del colonialismo y la guerra,
decide crear dos Estados en el territorio del pueblo árabe. Uno para
los palestinos y otro para los europeos judíos perseguidos y
masacrados por el nazismo. De esta manera Palestina es hoy una
colonia, es una cárcel, es una guerra, es un campo de exterminio, es
una mentira creada y patrocinada por los terroristas de la
civilización de occidente.