El
artículo número 49 de la Convención Única de 1961 sobre
Estupefacientes declara: “Al firmar, ratificar o adherirse a la
Convención, toda Parte podrá reservarse el derecho de autorizar
temporalmente en cualquiera de sus territorios: c) La masticación
de la hoja de coca.” Más adelante precisa: “Las reservas
formuladas en virtud del inciso 1 estarán sometidas a las siguientes
limitaciones: e) La masticación de hoja de coca quedará prohibida
dentro de los 25 años siguientes a la entrada en vigor de la
presente Convención conforme a lo dispuesto en el inciso 1 del
artículo 41.”
La misma
organización que propició la redacción de la Convención de 1961,
el 13 de septiembre de 2007 presentaría la Declaración de las
Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas. La
misma afirma en su artículo 11 lo siguiente: “Los pueblos
indígenas tienen derecho a practicar y revitalizar sus tradiciones y
costumbres culturales. Ello incluye el derecho a mantener, proteger y
desarrollar las manifestaciones pasadas, presentes y futuras de sus
culturas, como lugares arqueológicos e históricos, objetos,
diseños, ceremonias, tecnologías, artes visuales e interpretativas
y literaturas.” Para garantizarlo “Los Estados proporcionarán
reparación por medio de mecanismos eficaces, que podrán incluir la
restitución, establecidos conjuntamente con los pueblos indígenas,
respecto de los bienes culturales, intelectuales, religiosos y
espirituales de que hayan sido privados sin su consentimiento libre,
previo e informado o en violación de sus leyes, tradiciones y
costumbres.”
Los Tiempos |
La
victoria Boliviana en su reingreso a la Convención del 61 con la
reserva al artículo citado pone fin, al menos en el ámbito local, a
una injusticia atroz. En los hechos esto no cambiará nada de lo que
hoy por hoy supone una tradición y costumbre que ya no circunscribe
únicamente a los pueblos indígenas. No obstante, es un paso crucial
para hacer entender al mundo la verdadera diferencia entre nuestra
hoja y el narcótico que de ella se deriva. En el ámbito
internacional, también es un triunfo sobre la política
prohibicionista norteamericana, la cual no ha generado otra cosa que
violencia y muerte en nuestra tierra. La guerra contra la drogas fue
en efecto una guerra, pero cuyos principales enemigos fueron los
campesinos y la gente pobre.
Los 25
años que debían suponer la erradicación de una costumbre, que como
poco tiene 3000 años, se cumplieron en 1986. Han pasado 27 años más
hasta el presente y todavía mi mamá agarra algunas hojitas mascadas
para curar contusiones. Yo la uso en algún trasnoche o junto a los
amigos en una fiestuca. En el altiplano los mallkus la llevan en su
chuspitas y a la hora del encuentro con otras autoridades
intercambian las bolsas de aguayo, para pijchar en señal de
confianza y hermandad. Casi todos los choferes del país tienen su
media librita de coca junto a su volante. Los gringos se la toman en
un matesito para soportar el mal de altura. Nuestros cantores y
artistas la usan como un motivo precioso para sus letras y sus
cuadros. Cómo olvidar al Jach'a Flores y su célebre “Coca no es
cocaína... Coca es la hoja sagrada”. Pero la cosa no se termina
aquí. Aquella hojita verde es la responsable de que cierto cocalero
y dirigente del Chapare se levante en protesta contra los gobiernos
de turno. Los cuales estaban empeñados en erradicar sus cultivos.
Aquella hojita llevó al cocalero a la presidencia del Estado. ¿No
había sido poca cosa verdad?