Imaginemos
por un instante la posibilidad de mirar el mundo desde una altura
suficiente que nos permita contemplar la totalidad del globo. No sólo
eso, tenemos además la capacidad de percibir y comprender el
interior de los corazones de todos los seres humanos. En aquella
tremenda e infinita superficie asistimos a un verdadero espectáculo
de diversidad, “así en trajes como en gestos, unos blancos y otros
negros, unos en paz y otros en guerra, unos llorando y otros riendo,
unos sanos y otros enfermos,
unos naciendo y otros muriendo” (Loyola). Y miramos sin hacer juicio
sobre nadie, pero sintiendo una enorme solidaridad por el destino del
género humano. Entonces somos capaces de percibir el absurdo y el
vacío. En medio de la descomunal necesidad de darle sentido a la
vida, también habita el egoísmo, el terror y la muerte.
Luego nos
damos cuenta que nuestra pequeña esfera celeste habita dentro de una
galaxia. Ésta a su vez comparte el espacio con otras miles de
galaxias, las cuales ocupan un Universo; que hasta el momento es
absolutamente desconocido por nosotros. Al menos estadísticamente
cabe la posibilidad de que haya vida en otro mundo, en un planeta
próximo a otro sol de otra galaxia parecida a la nuestra,
compartiendo el Universo con nosotros. Y como es tan pero tan poco
lo que sabemos que, hasta es probable que seamos uno de varios universos;
entonces, quién sabe, habitamos un multiverso que nos vuelve todavía
más pequeños. Nuestra hermosa bola de agua, recipiente de vida, fue hogar de otras vidas antes de las que vemos morir ahora. No
podíamos esperar menos de un planeta de cuatro mil cuatrocientos
setenta millones (4.470.000.000) de años.
A la
especie humana le ha tomado cinco millones (5.000.000) de años
evolucionar, desde su forma homínida más primitiva, hasta la
actualidad de su desarrollo. De todo ese tiempo, apenas hace
docientos mil (200.000) años que existe el homo sapiens; el humano que hoy somos con capacidad pensante. Para colmo de la
pequeñez, no han pasado más de cinco mil quinientos (5.500) años
desde la aparición de las primeras culturas, con capacidad agraria y
desarrollos tecnológicos concomitantes. Entonces devolvemos la
mirada al presente y contemplamos una vez más a los siete mil
millones (7.000.000.000) de habitantes que somos. De este modo una
pregunta gigantesca, colosal y soberbia empieza a desplomarse sobre
nuestra frente. Como alud se derrumba con violencia y estrépito,
sobre este cuerpo frágil, empapelado de piel y habitado de sangre.
¿Qué hago yo viviendo aquí y en este momento?
Un pedazo de cartón ataviado de números y colgado en la pared de la
cocina ha declarado el fin de un año. Un nuevo calendario nos dice,
como si fuera la cosa más normal del mundo, que a partir de ahora es
el año dos mil trece (2013). ¿Todavía nos queda la memoria de por
qué cumplimos esos años? Lo único cierto es que 99.9% de los
vivientes no lleva en este planeta más de cien (100) años. Aunque
si usted ha nacido en Bolivia es muy probable que no alcance los 66
años (pero no se preocupe, que la esperanza de vida en el mundo es
de 69 años). Y está aquí ahora, mirando la totalidad del orbe;
mientras al mismo tiempo contempla su vida. Comprendiendo que la
minúscula particularidad de su existencia cohabita en sociedad con
la historia de este universo. Nos convoca a todos y nos demanda
jugarnos la vida por el presente del otro.