Ahora
todo el mundo se saca el sombrero. A todos les parece un ejemplo de
desbordada clarividencia y humildad, no falta quien lo considera un
verdadero héroe y hasta un revolucionario. Las elegías se
multiplican por aquí y por allá como si no nos acordáramos de
nada, o como si nuestra memoria fuese parte de nuestra imaginación.
La renuncia del cardenal Ratzinger, como obispo de Roma, no tiene nada
de extraordinario; y más vale que volvamos pronto a la realidad. Si
algo había desarrollado bien don Joseph Ratzinger, desde chiquito, fue
la inteligencia. Es un hombre que entiende muy bien no sólo la
teología. Conoce como pocos la filosofía occidental, sabe de
política, economía y ciencias sociales. Se ha codeado y ha debatido
sus ideas con las mentes más prominentes de los últimos tiempos. Es
autor de mas de 20 libros publicados, de cientos de artículos y
colaboraciones. Extraño habría sido que el hombre no hubiese renunciado.
El
ex-general de los jesuitas, el presbítero Peter Kolvenbach, le pidió a
Juan Pablo II autorización para renunciar, por su avanzada edad; pero el pontífice, testarudo como era, se lo negó. Igualmente, le prohibió a la Compañía
de Jesús modificar la clausula de sus Constituciones que afirma que
el cargo de general es de por vida. A mediados del 1500, cuando San
Ignacio escribió el documento fundacional, la esperanza de vida al nacer no
superaba los 45 años. Entonces se justificaba plenamente la norma. Cuando
Benedicto XVI asumió el cargo, Kolvenbach fue a repetir su pedido al
nuevo Papa; éste lo respaldó plenamente. El año 2006 el general de los jesuitas anunció su
renuncia y el 2007 se hizo efectiva durante la Congregación General
35. El Papa Benedicto es consecuente consigo mismo. Felizmente su
inteligencia y la vejez lo han hecho más sensato que su predecesor.
No obstante, reparemos en lo que viene.
Para la elección del nuevo Papa habrán más o menos unos 116 cardenales electores. De nuestra Latino América serán 19, de Norteamérica 13, de Asia 10, del África 11 y Oceanía 1; mientras que los cardenales europeos serán la horrorosa cantidad de 61. De todos ellos, 51 fueron nombrados por Juan Pablo II y 67 por el actual Papa. No queda un sólo cardenal del tiempo del Concilio Vaticano II. De modo que no se hagan muchas ilusiones, que la cosa no cambiará radicalmente. A menos que nuestro buen Dios haga posible uno de esos eventos insólitos y arrebatadores como el de 1962. Sobra decir que los 116 responden más o menos a la misma mentalidad e intereses que Juan Pablo II y Benedicto XVI auspiciaron a lo largo de su gobierno.
Para la elección del nuevo Papa habrán más o menos unos 116 cardenales electores. De nuestra Latino América serán 19, de Norteamérica 13, de Asia 10, del África 11 y Oceanía 1; mientras que los cardenales europeos serán la horrorosa cantidad de 61. De todos ellos, 51 fueron nombrados por Juan Pablo II y 67 por el actual Papa. No queda un sólo cardenal del tiempo del Concilio Vaticano II. De modo que no se hagan muchas ilusiones, que la cosa no cambiará radicalmente. A menos que nuestro buen Dios haga posible uno de esos eventos insólitos y arrebatadores como el de 1962. Sobra decir que los 116 responden más o menos a la misma mentalidad e intereses que Juan Pablo II y Benedicto XVI auspiciaron a lo largo de su gobierno.
Si las
cosas fueran de otra manera, debería haber una cantidad de
cardenales análoga a la cantidad de cristianos católicos en los
cinco continentes; es decir: 50% de americanos, 26% de europeos, 13%
de africanos, 10% de asiáticos y 1% de Oceanía. Si las cosas fueran
distintas debería venir un Papa que recupere la Teología de la
Liberación y le reconozca su enorme papel profético en el tiempo en
que vivimos. Denunciaría el neo-liberalismo y la crisis económica
actual como un claro síntoma de la descomposición humana. Si es el
principio de una renovación, el nuevo sucesor de Pedro trabajaría
por la equidad de genero, lucharía por la defensa de la naturaleza y
promovería que las iglesias locales vivan su fe desde una liturgia
acorde a sus culturas. Si esta fuese una revolución, el nuevo
pontífice reorganizaría los ministerios, apostaría por presbíteros
casados y abriría la Iglesia a los laicos. Por eso es menester
implicarnos con el proceso y demandar coherencia con el Evangelio.