El avión
es una máquina para volar. La manera en que consigue separarse del
piso se debe fundamentalmente a la fuerza aerodinámica. La forma de
las alas le permite aprovechar el trayecto del aire empujando el peso
hacia arriba. En su primitiva estructura el aparato era propulsado
con la sola fuerza humana. En otras palabras, el piloto tenían unos
ayucos que empujaban hasta que finalmente las ruedas abandonaban la
tierra y la cosa voladora se llevaba consigo al piloto. Ahora
poderosas turbinas realizan la tarea de propulsión a velocidades
inimaginables. El ser humano estuvo obsesionado con el cielo desde
muy antiguo, pero sería sólo hasta finales de 1800 cuando se dieron
con éxito los primeros intentos de volar. A lo largo del siglo XX se
perfeccionó la máquina y desde entonces se ha hecho mucho más que
alzar vuelo. En 1969 una máquina voladora llevó al primer hombre a
la luna.
No
obstante, el avión es sólo una máquina. No son los humanos quienes
vuelan realmente, sino son elevados por objetos de su creación; de
la misma manera en que la gente se desplaza en un barco o un
automovil. Por tanto, la velas y las ruedas, tienen el mismo mérito
que las alas. Todo aquello nos ha permitido caminar un poquito más
rápido. Quizá por eso mismo el señor Armstrong estaba convencido
que llegar a la luna era sólo un pequeño paso. Y es que en los
hechos nuestros pies nunca estuvieron separados del piso. Ese es
nuestro terreno natural para avanzar, para movilizarnos, para
discurrir en la vida. Son los caminos los que realmente tienen
importancia. Si nuestra especie un día amartiza en el planeta rojo
seguirá siendo un pequeño paso, igual de importante como todos los
demás. Es de ese modo como hemos construido nuestra historia, con
esos argumentos hemos trasladado nuestros cuerpos buscando tocar el
horizonte.
Manejar
maquinas no es algo que requiera de mucha genialidad o dones
extraordinarios, aunque obviamente se necesita de talento y
habilidad. Lo realmente importante no es saber manejar la máquina
sino construirla, pues no puede haber lo primero sin lo segundo.
Aquellos que han hecho posible que una cantidad indefinida de partes
y posibilidades se enlacen para funcionar adecuadamente son a quienes
recordamos como genios. Esto se aplica perfectamente bien al ámbito
físico como al de las ideas. A los grandes filósofos y pensadores
los recordamos no porque supieran escribir bien, lo que significa
emplear la maquinaria de la escritura con esperteza. Los recordamos
porque ellos reinventaron el lenguaje y el pensamiento, haciéndolo
completamente nuevo y redefiniendo las categorías en que nos
movemos.
Los Tiempos |
El
conflicto en Oruro por el nombre del aeropuerto me produce una suerte
de asombro y lástima a la vez. Si de méritos se tratase: ¿quién
es más importante? ¿El primer aviador de la nación o el primer
presidente campesino de Bolivia? Puede que el asunto se mida por el
valor: ¿Será que volar un avión y pelear una guerra son poca cosa?
o ¿Dirigir un país se ha convertido en una tarea para cualquiera?
Honestamente yo creo que todas las preguntas y respuestas que nos
hacemos son las equivocadas. Lo que está en juego no es ni el piloto
ni el presidente, algún día los recordaremos a ambos con igual
respeto. Lo que realmente sucede es un capítulo de chatura mental
descomunal. Son episodios que en algún momento, si nos acordamos,
los rememoraremos como la ridícula disputa por el nombre de un
edificio. Es así como la gente pierde la oportunidad de volar y
caminar.