La resurrección nos introduce a un
proyecto maravilloso y devela en su totalidad los propósitos de Dios
para la humanidad. La pasión y la muerte dejarán de ser la
cancelación de la vida, para comenzar a entender que lo que
realmente acontece es una promesa vestida de esperanza. Eso que
llamamos el Reino de Dios, es justamente la comprobación de que la
vida sigue viva. El muerto que desaparecido de la tumba es mucho más
que una linda alegoría para consolar a los vencidos. Para los
primeros cristianos supuso el absoluto convencimiento de que hay una
obra que continuar y un mensaje que anunciar. El opuesto al Reino de
Dios es el pecado y es entre estos dos polos donde se juega la
historia en cuanto historia de salvación.
Se trata de abrirnos a la compresión
del hecho salvífico protagonizado por Jesús en perspectiva
histórica. La conexión entre la pasión de Jesús y la crucifixión
del pueblo no hace otra cosa que devolvernos al sentido mismo de la
vida histórica de Jesús y, a la vez, comprobar que hay una
identidad entre esa vida y las acciones históricas de los pequeños
y los oprimidos a lo largo del tiempo. Ciertamente no resulta fácil
verlo, ni es tan evidente como parece, y gran parte del problema
radica en que hemos perdido el sentido de lo que significó la cruz
en el asesinato de Jesús. Probablemente hemos desviado nuestra
atención a una argumentación mística y espiritual llegando a
perder casi del todo los motivos reales de porqué la muerte de un
justo se convierte en salvación y liberación histórica de la
humanidad.
Por eso la cruz tiene una carga tan
poderosa. Le hemos dado demasiada importancia a la idea de que esa
cruz es el símbolo del sacrificio que expía las culpas del pueblo.
Siendo objetivos se trata de un objeto para matar, usado por quienes
detentan el poder y lo han empleado para asesinar a alguien que
resultaba incómodo a ese poder. “Jesús es matado” porque lo que
el anunciaba era subversivo, beligerante y transgresor; y todo eso
tenía que ser castigado con la muerte. Cualquier otro enfoque
“místico” sólo nos llevará a negar los hechos y sublimarlos
con argumentos piadosos ajenos al sentido pleno del Evangelio. Es
decir, se pone en riesgo la continuidad de la obra salvífica y el
plan de Dios. Trasladar todo esto al “pueblo crucificado” es la
manera en que es posible visibilizar y garantizar dicha continuidad.
En otras palabras, reconocer en el pueblo crucificado a nuestro
Mesías libertador.
Para entenderlo tenemos que
situarnos en nuestro contexto y nuestra historia. Hemos vivido
cientos de episodios repletos de injusticias y desigualdad. A lo
largo de siglos, no sólo durante la colonia, sino también en la
república, hemos visto cómo grupos reducidos de poder se han hecho
de la tierra y de los recursos de la gente humilde y sencilla.
Indudablemente no se trata apenas de la usurpación, también es la
violencia, el sometimiento y la vulneración de los derechos. Sin
embargo, es desde el corazón del pueblo oprimido de donde nos llega
la Buena Noticia del Reino de Dios. Porque ese pueblo se ha
movilizado para pedir justicia, se ha levantado de sus cenizas para
recuperar su vida, le ha dado la cara a sus opresores para mostrarle
su miseria. Entonces, el pueblo crucificado se convierte en el Pueblo
Resucitado. Su resurrección no es otra que habernos despertado a la
esperanza, a la justicia y la solidaridad. Es lo que Jesús nos
mostró y es lo que hoy mismo la gente sencilla y luchadora nos
muestra día a día.