Mas allá del socialismo

La historia material, el recuento palpable de la humanidad construyendo su presente, necesita de la teología. Estamos hablando de recuperar para nosotros conceptos clave como por ejemplo “la Redención”. Algo en esta línea fue trabajado en la segunda mitad del siglo pasado por la teología de la liberación, la cual nos propuso comprender que la experiencia de fe es un proceso liberador. Por tanto no es sólo la salvación la que se pone en juego, sino también la liberación y la emancipación. Es algo que se proyecta a futuro, pero que comienza con la redención del propio pasado. En otras palabras, la rememoración del pasado y el reconocimiento de todas sus injusticias, nos empuja a la necesidad innegociable de reparar a quienes históricamente han sido víctimas del mal.

La memoria nos hace concientes del dolor y los sufrimientos a los que fueron sometidos hombres y mujeres como nosotros. Es menester considerar la totalidad de lo habido y de lo sucedido mirando lo grande y lo pequeño. Por eso mismo, no se trata apenas de autoflagelarnos con el dolor pasado, sino también rememorar los combates olvidados y recoger los momentos utópicos perdidos. La salvación comporta la transformación revolucionaria de la vida material. Es desde la perspectiva de los vencidos y con los de abajo con quienes han ido sucediendo las victorias. Por consiguiente, el historiador no es un mero contemplador del ayer. Hay que recuperar las conexiones entre pasado y presente y así develar también sus contradicciones. Apostar por la verdad histórica, antes que hacer una re-escritura conveniente a las necesidades políticas del presente. Lo que significa no darle cabida a la ideología y los aparatos del Estado.

Un historiador revolucionario es un historiador dialéctico. No nos pone delante los ojos a gloriosos muertos y sus monumentos, sino a la gente sencilla suscitando esperanza. En última instancia se trata de eso y no de otra cosa... Ser capaces de hacer visible la Esperanza. Es una toma de conciencia de la verdad que puede hacer despertar a los presentes de su sueño y parsimonia. Nunca más se nos debe olvidar que el historicismo se ha puesto del lado de los vencedores, de aquellos que han protagonizado la opresión. La tarea de reconstruir la historia con conciencia política es evitar a toda costa sumarse a espíritu triunfalista de la Civilización, el Progreso y la Modernidad. Es aquí donde la teología tiene que jugarse su sentido en cuanto ciencia, discurso e interpretación; pues es la única capaz de recordarnos que Dios está en medio de nosotros, construyendo su Reino junto a los pobres y los vencidos.

La historia y la teología tienen como tarea desenmascarar a quienes traicionan nuestras esperanzas. Poner en evidencia a quienes están dispuestos a aniquilar nuestra utopía. La Redención y el Mesías han estado actuando en la todas las rebeliones y los levantamientos; esa es la confrontación entre Paraíso e Infierno. El infierno es la deshumanización de las personas y su trabajo, para hacerlos esclavos de las máquinas. En contrapartida, para hacer tangible el paraíso hay que desmitificar el progreso. Hay un ángel que nos muestra el camino, ese Mesías no es otro que la Revolución. La revolución de los pequeños y los sencillos, que afirman su lucha por el retorno a una sociedad donde todos podamos considerarnos hermanos. Con toda seguridad este horizonte está mucho más allá del socialismo, tiene que ver con el ejercicio sincero de la caridad y el amor.