La estatua de Colón

Ese cuento de la des-colonización es un asunto verdaderamente complejo y que no se resolverá únicamente desde el discurso. Está ligado a las imágenes, la memoria, los sentimientos y la identidad. Recomponer estas variables y reordenarlas a partir de otras categorías, es algo que va sucediendo en la medida que dislocamos nuestros afectos hacia una nueva perspectiva vital. Si queremos des-colonizarnos es porque se ha evidenciado de que no hemos superado nuestro complejo de inferioridad y dependencia con nuestros antiguos (y nuevos) colonizadores. Ciertamente no es algo que el presidente Evo se haya inventado, pero si es algo ocupa un lugar destacado en la agenda ideológica del actual gobierno.
¿Descolonizarnos de qué? Para responderlo nos será muy útil usar una figura de la psicología. Las víctimas de secuestro o las personas que son retenidas contra su voluntad, desarrollan con el tiempo una alteración en la comprensión de la realidad. Por razones que todavía son difíciles de explicar, las víctimas se convierten en una suerte de cómplices de sus victimarios, puesto que comienzan a sentir afecto por el raptor. Entonces, debido a esa disociación, se mira como aceptable encontrarse en la situación en la que se halla. No sólo eso, inclusive se puede llegar a sentir verdadero odio por quién amenace esa relación. Los sentimientos positivos entre las dos partes se intensifican hasta naturalizar el desorden. Este extraño comportamiento se conoce con el nombre de Síndrome de Estocolmo.
Algo parecido nos sucede con la imagen de la colonia. No sólo nos es aceptable lo ocurrido hace quinientos años durante la invasión del continente; sino incluso podemos llegar a sentir verdadero amor por los opresores. Por ejemplo, no era hasta hace mucho que nos referíamos a España como la “madre patria”. Admirábamos el modo ser de los europeos y nos miramos en ellos como una imitación mal acabada. Entendíamos nuestra historia únicamente si ésta tiene como punto de referencia a la metrópoli. Como bien sabemos, es algo que nos pasa no únicamente con España, también nos ocurre algo semejante con Estados Unidos y tiempo atrás también era lo mismo con los ingleses. A esto se suma el desprecio por lo que somos y cómo somos, ser “culito blanco” no es bueno, pero es bien; en cambio, hay que camuflar cualquier síntoma de indianidad. Por eso nos vemos complacidos debajo del andamiaje del mestizaje y su versión falsificada de humanidad.

En la vecina Argentina, la compañera Cristina ha hecho palpable y tangible gran parte de lo que acá se dice con sobrada grandilocuencia. Nada más y nada menos que con financiamiento boliviano la presidenta ha dispuesto retirar un monumento a Colón para remplazarlo por otro que representará a Doña Juana Azurduy de Padilla. El acontecimiento generó tremendo revuelo y hay gente que hará todo lo que esté a su alcance para evitar el traslado. Uno puede entender que haya personas molestas si decidiese retirar a Colón de Madrid o de Génova, pues para ellos es un héroe, pero es incomprensible el arrebato cuando esto sucede en nuestra tierra. Volviendo a ejemplo de la psicología, la cosa es tan patética como tener la foto de mi violador en la mesita de noche. Lo que pasa en nuestro país y lo que está pasando en los países vecinos, puede parecer parte de nuestro folclore político; no obstante, es por ahí por donde se principia. Ahora bien, resta siempre una tarea a fondo que permita cambiar el pensamiento y no sólo la visual.