Una cuestión de pelotas

El taxista me dice que es una vergüenza. En la casa mi hermano me mira decepcionado como si yo tuviera la culpa. Los amigos y colegas han convertido el tema en un ejemplo perfecto de lo que los lingüistas llaman la función fática del lenguaje. Para colmo ahora hasta el vicepresidente opina y no se le ocurre nada mejor que decir que la solución es “botar a todos”. Entonces parece que el universo entero girara en torno a aquel asunto. El noticiero de la ocho y los programas de opinión de las diez le destinan bloques enteros a la “CRISIS”. No contentos con eso, dirigentes, ex-futbolistas y ramas afines se van nada más y nada menos que al Congreso del Estado Plurinacional de Bolivia. Después de reunirse con los parlamentarios, éstos nos agasajaron con una conferencia de prensa pidiendo al gobierno intervenir el fútbol.

Mientras tanto, nuestro presidente, tan futbolero como es él, ha entregado a lo largo y ancho de todo el país canchas de césped sintético, canchas de fulbito, coliseos y polifuncionales por doquier. Esas obras deportivas y las sedes sindicales son destinos predilectos de los fondos del programa “Bolivia Cambia, Evo Cumple”. Cada cancha entregada es motivo para un “partidito”. Con el 10 en la espalda, el capitán de la Nación ha jugado fútbol, literalmente, con todo el mundo. Hace unos meses pudo estar driblando el balón con los dirigentes y el alcalde de Chulumani y mañana con el Secretario General de ONU (si pudiera y supiera jugar fútbol). Estuvo en la cima de una montaña a 6.542 m.s.n.m. para demostrarle al planeta entero que “dónde se nace se juega” y gooooooool carajo. Y si se puede hacer el amor, para que hacer la guerra y de paso una “pichanguita”; con ese pretexto jugó un partido con nuestro archirrival el presidente Piñera. Como bien sabemos, no fue el único presidente que le aceptó el desafío, y también se ha dado el “gustito” con Maradona, Cafú y la selección del 94.

Sin embargo, lo que pareciera una verdadera hecatombe no es nada más que un par de juegos de pelota. Sí, tal cómo se oye, el motivo de la desesperación de todo un país es que 11 compatriotas nuestros no pueden introducir una bola de caucho y material sintético en un arco de 7,32 x 2,44 metros. Mientras hay una guerra Siria, la gente se sigue muriendo de hambre en el cuerno de África, en Turquía hay una revuelta y en China lanzan un cohete al espacio; nosotros estamos deshechos de dolor por el partido de la semana pasada. Pero no nos vayamos tan lejos... Bolivia todavía tiene un índice de desarrollo humano bajo, la pobreza sigue siendo un problema, la distribución de la riqueza es un tema aún más difícil, falta mejorar en infraestructura y ni que se diga en educación; pero parece que todos los ciudadanos de nuestro Estado discuten cómo mejorar el fútbol y clasificar al mundial del 2018.

Es cierto, es importante y a todos nos gustaría que las cosas fueran de otra manera. No obstante, no nos haría ningún daño preocuparnos también de cosas un poquito más trascendentales. Que los motivos de nuestras decepciones sean nuestros propios fracasos y los defectos que como sociedad no sabemos superar. Sería bueno que la prensa también se ocupe de cubrir asuntos de mayor profundidad y oxigenarnos el pensamiento. Es cierto que los juegos canalizan la dureza de la realidad y por eso tienen tanta importancia en la vida humana, pero es así y no al revés. La vida y la muerte es lo que sucede antes y después de 90 minutos de perseguir una pelota.