Durante
el tiempo antiguo el valle de Chuquiago no tenía mayor relevancia.
Poseía la importancia agrícola de todo valle. El caudaloso río
Choqueyapu era el que nutría a las fértiles tierras de sus veredas,
las aguas necesarias para los abundantes sembradíos de papa. Para
quienes no saben aymara Choque es papa y Yapu es sembradio o chacra;
por tanto aquella región desde entonces era el lugar que
aprovisionaba a las vecindades del principal alimento y dieta de la
época. La papita y el charque de llama eran el agasajo de la gente
de los Andes. Durante el tiempo del impero Tiawanacota no tenemos
noticia de que la hoyada a las faldas del Illimani haya sido un lugar
importante. Durante los Reinados Collas tampoco. Sin embargo, cuando
el imperio Inca se había hecho dueño y señor del Tawantinsuyo,
Chuquiago se convirtió en un importante centro textil. Los obrajes
del sur de ese valle hacían ropas, aguayos, llijllas,
chumpis y phullus para los gobernadores y hasta para el
propio Inca. Agricultores y tejedores, hombres y mujeres de ese
tiempo vivían sus días en la paz que les regalaba la amistad con el
Emperador hasta que llegaron los invasores.
Muy cerca
de la costa pacífica, ya en el tiempo de la invasión, almagristas y
pizarristas se estaban matando unos contra otros con el pretexto de
hacerse reyes de una tierra que era suya. El reino peninsular mando
un pacificador que resolvió matar a los revoltosos. Para celebrar la
victoria, contra los disidentes del rey, el pacificador de la Gasca
encomendó a Don Alonso de Mendoza conmemorar la memoria del hecho
con una fundación. Mendoza llegó a Laja y fundó “Nuestra Señora
De La Paz”. No obstante, al colonizador le pareció que Laja era un
lugar inhóspito y tremendamente frío. Él y sus secuaces se
acobardaron del altiplano y resolvieron seguir marchando rumbo a la
montaña que resplandecía hasta de noche. Llegaron al mismo borde de
esa planicie infinita y supieron inmediatamente que allí, en sus
entrañas, tenía que ser la ciudad que fundaron. Don Alonso bajo la
cuesta y muy cerca del río refundó la encomienda de la Gasca. Luego
instaurada la Colonia los obrajes del sur y los cocales en los yungas
se volvieron en el principal generador de la economía de la zona.
Dejaron de producir ropas para el Inca, y así empezaron a hacer
telas para la capital y mandar coca para las gentes de allende.
Muy
pronto los aymaras, quechuas y amazónicos de la región se
aburrieron de ser sometidos a los sucesores de la tiranía. En sus
tierras se mecieron las cunas de las legiones de Manco II y años
después prosiguieron el glorioso episodio de libertad don Tupac
Katari. El dueño del seudónimo, Julian Apaza, y su mujer doña
Bartolina Sisa, cambiaron para siempre la historia de lo que en el
futuro sería Bolivia. Esa misma tierra, mas tarde, vio nacer a otro
gigante de la era republicana: Don Zarate Willca. El hombre que
decidió la libertad de la tierra de sus abuelos en desmedro de los
tiranos. El federalismo se frustró junto al tiempo que desbarataron
los sueños de los pueblos indígenas y los anhelos de igualdad entre
los diferentes. Ahora mismo la ciudad de La Paz sigue siendo el
referente de la iniciativa... En sus calles y en las voces de los
suyos se sigue llevando la esperanza de todo un país. Por eso mismo
no podemos dejar de saludar a los “chucutas pico verdes”. Pues
ellos tienen en sus venas la dulce rebeldía que hace los tiempos de
mañana. ¡Felicidades LA PAZ!