Por detrás de las migraciones

Todas las geografías son lugares de tránsito, no sólo por el el hecho de que el ser humano ha caminado cada una de sus rutas; sino porque porque nuestra finitud nos arranca de todas ellas. Por tanto, el mero existir ya es una condición de paso. Sin embargo, la clausura individual de cada una de nuestras vidas no limita la capacidad que tienen las sociedades de vencer al tiempo. Es imposible sostener cualquier discurso en torno al individuo, porque el individuo no existe. Somos todas las posibilidades que nos otorga el grupo humano al que pertenecemos y el entrono que habitamos. Cada una de nuestras particularidades sólo tienen razón de ser en cuanto se acoplan a la cavidad de otro engranaje semejante a mí. Es de esta manera como andamos y residimos en el mañana.

La posibilidad de migrar, en el imaginario más antiguo y legendario de nuestros pueblos, es casi un sinónimo re-fundar la vida. Uno de los mitos hebreos más antiguos nos dibuja el perfil de patriarca Abraham en pos de la tierra que Dios le había prometido. En el mundo americano poseemos leyendas semejantes con iguales repercusiones. Tenemos a Manco Capac y Mama Ocllo recorriendo los Andes con una vara de oro que Dios les había entregado. Su misión era encontrar el lugar para fundar el imperio de los hijos del Sol.

Lo que sucedió después entre ambos pueblos tiene varias notas de semejanza. La tribu nómada de Abraham se convirtió en el pueblo de Israel, el cual creció hasta convertirse en un importante Reino de la región. David, su más grande monarca, llevaría al pueblo de Dios a su momento de gloria y lo consiguió a base de conquistas, guerras, sometimiento y usurpación. El linaje de los Incas fundó en el Cusco el imperio más importante de la América del Sur, el cual se extendió sobre los Andes en base a la misma fórmula. Siglos más tarde ambos se enfrentarían a un pueblo más fuerte que cambiaría para siempre su existencia. Los babilonios y los españoles, igual de inspirados por sus Dioses, depositaron en el destino de sus pasos una misión divina.

Estos hechos nos empujan casi a un ejercicio arqueológico, pero también nos recuerdan que las cosas no han cambiado mucho hasta nuestros días. Tanto los Incas como de los Hebreos nos muestran que siempre hay dos rostros al momento de un desplazamiento. En principio tenemos un grupo pequeño, incógnito y humilde mirando a un horizonte de esperanza y caminando hacia él. Pero con los siglos puede suceder que esa pequeña célula se haya convertido en un organismo grande y complejo. Entonces su crecimiento empuja físicamente hacia afuera a aquellos que ahora pueden ser considerados, enemigos, intrusos y rivales. De ese modo todo comienza de nuevo, vuelven los pasos al camino, los ojos procuran el lugar de la llegada y el espíritu se interroga por su morada.


Los fenómenos migratorios contemporáneos no son muy diferentes. Existen microrelatos que muchas veces avanzan olvidados. Desplazamientos y migraciones que se protagonizan en el traspatio de la memoria. Millones de vidas empujadas no sólo por ejércitos, también por los cíclopes ciegos de la economía, por los monstruos de la miseria y los absurdos titanes del desarrollo.