Rearmando el Estado-Nación

Lo Plurinacional, al menos en cuanto construcción teórica, no es un eslogan. Su formulación no es una consecuencia de la Asamblea Constituyente. De hecho, podríamos afirmar exactamente lo contrario, en realidad la Nueva Constitución es el resultado de habernos hecho concientes de que no podemos seguir viviendo en la ficción del Estado-Nación. Como todos sabemos, la República sigue muy de cerca los ideales de la revolución francesa, pero también está patrocinada por el racionalismo decimonónico. Por tanto, las categorías que hacen posible la fundación de Bolivia en 1825 persiguen unos idearios construidos desde occidente y para occidente. Entonces no nos tiene que extrañar que la igualdad sólo se consiga mediante el derecho positivo. Asimismo, se sostiene que un país es igual a una Nación, y cada Nación es un Estado; distinguido por su cultura, tradición, historia, idioma y características eco-biológicas.

Esto explica porque la primera fundación de Bolivia resulta tan problemática y contradictoria. En primer lugar, la libertad que perseguían los criollos tenía poco que ver con la liberación. Antes que llamarse Guerra de la Independencia bien podríamos llamarla la Guerra por el Poder. Cuando los alzados vencieron a la Corona y terminaron con la era colonial, ciertamente se canceló la dependencia con la península. Sin embargo, nos mantuvimos ideológicamente subordinados a lo que se pensaba en Francia y económicamente esclavos a los antojos del poderoso imperio Británico. Entonces ya no resulta tan raro que para la República el “indio” fuese un problema. Nunca lo entendió como parte del Estado y mucho menos de la Nación. Había que civilizarlo y era menester trabajar en pos de su desarrollo.

Rebautizar a Bolivia como un Estado Plurinacional lleva una carga histórica muy poderosa. Pues estamos hablando de un proyecto que es tan antiguo como los pueblos indígenas que gobernaron nuestras tierras antes de la invasión europea. La diversidad étnica y cultural de América es un desafío inconmensurable, lo ha sido desde antes de la colonia y lo es todavía hoy. Los Incas se propusieron homogeneizar a todos los pueblos que conquistaron bajo un mismo idioma y dentro un marco común de creencias y parentezco. No obstante, los aymaras, los uros y los yamparaes, entre otros, son una muestra clara de que no todo era tan sencillo. En las Tierras Bajas la realidad es aún mucho más compleja, pues tenemos decenas de familias lingüísticas y culturales ocupando, circulando, guerreando, interactuando y coexistiendo en un mismo escenario. Esa es la base del Estado Plurinacional y no viene a ser a razón de una ideología o por determinada postura política. Es la lucha constante e ininterrumpida de los pueblos indígenas por pensar y construir América-desde-acá.


Tristemente el debate por los escaños, el censo, la población y las elecciones sigue atado a la vieja República y a los mismos argumentos de una sociedad colonizada. Así como los criollos guerrearon por el poder contra los españoles, la clase política de este país replica la misma disputa so pretexto de la democracia y la justicia. El partido de gobierno, que debería haber canalizado las luchas de los pueblos indígenas-originarios, ahora patrocina la revuelta del mestizaje, se rodea de la nueva burguesía emergente (comerciantes, cocaleros, cooperativistas, contrabandistas y ramas afines), reprime e ignora las demandas de los Pueblos Indígenas del Oriente y relega a los Ayllus y Markas del Collasuyo a la disidencia.