En pos de lo Absoluto

El ejercicio de conocer es una tarea que nos remite a la trascendencia. Es una búsqueda cada vez más ilimitada, dado que la condición humana funda el sentido de su existencia en la pregunta por el ser. Al menos así lo ha planteado al filosofía occidental desde el principio de sus digresiones hasta nuestros días. Heidegger ha devuelto al cuadrilátero del pensamiento la preocupación ontológica, asunto que también ha merecido la atención de la teología contemporánea, y ha encontrado en K. Rahner su principal representante. De manera que, cuando se nos señala que la condición óntica de lo humano es “ser-en-el-mundo”, se puede precisar tal sentencia afirmando que “el ser del hombre es conocer”.

Precisamente la teología trascendental recupera las consecuencias atadas a nuestra propia la finitud, y nos arroja a las preguntas surgidas de la subjetividad en pos de su propio ser. Lo humano en cuanto ser cognocente es espíritu, pues trasciende las fronteras espacio-temporales. Tales límites son vencidos por la abstracción, y empujan a la humanidad a despertar su sensibilidad por conocer lo absoluto del ser, como la ruta para la comprensión del ser finito y particular más allá de lo finito y lo particular. Al respecto Ranher afirma: “El hombre es espíritu, es decir, el hombre vive su vida en un continuo tender hacia lo infinito”.

Como hemos visto, Dios revela su intimidad a este espíritu finito; pero a su vez lo humano, en cuanto espíritu que trasciende, es el sujeto de la revelación. Esta relación no comporta la cancelación de las preguntas o el fin del proceso cognocente. Ser irradiados por la luminosidad del ser absoluto no significa habernos clarificado completamente respecto “de algo en sí esencialmente oculto” a nuestra comprensión. Sin embargo, hemos sido convocados para participar concientemente de la infinitud del ser, aunque parezca paradójico, desde nuestro conocimiento finito de la infinitud.

Lo humano se vuelca sobre sí mismo en procura de su ser, anticipando el ser absoluto. No obstante no se trata de una suerte de mecanismo automatizado. Es menester que cada hombre y cada mujer ponga en acto y mediante la voluntad esta estructura óntica. En otras palabras, cada persona en relación a su existencia es contingente; por tanto, es la voluntad la que define la posibilidad de ser o no ser. De modo que la voluntad es acción, un posicionamiento existencial orientado hacia la trascendencia. Todo esto acontece en recíproca correspondencia con el ser absoluto, no es algo que el ser humano independientemente, ha sido “puesto de antemano, a priori, por una voluntad ajena al mismo hombre”. 

No olvidemos que la autoconciencia es resultado del proceso cognocente. Nuestra desarrollada capacidad de conocer es el reactor de la comprensión. La voluntad forma parte del momento del conocer, pero la voluntad no se termina después de haber conocido. Es aquí donde la trascendencia entra en juego, pues vamos en procura de mucho más que el mero conocimiento. Buscamos la luminosidad del ser, tanto del ser que somos en cuanto ente, y la del ser absoluto al que nos pertenecemos y nos resplandece libremente. Ese coloquio ente el conocimiento y la voluntad nos empuja a la comprensión de lo contingente. Hechos que nos remiten a sus fundamentos y por cuya gruta llegamos no apenas a despejar lo incomprensible, sino también nos acercamos al ser absoluto del que procede todo ser.