El
doceavo mes nos anticipa el fin de un ciclo entero al rededor de
nuestra órbita. En todo ese recorrido hubo cientos de miles de vidas
y muertes. No obstante, no hablamos apenas de vidas humanas, sino de
todo cuanto existe; en la tierra, el mar y el aire. Plantas, animales
y hasta minerales van cumpliendo ciclos y abriendo otros nuevos. Los
huesos, como los tallos van creciendo, nuestras venas transportan el
mismo fuego que con el magma se diluye y trasboca por las cumbres de
nuestros volcanes. Los océanos evaporan sus jugos para volverlos
cielos, nuestras lagrimas se gozan de hacer el mismo trayecto.
¡Aquello debe de ser un encuentro maravilloso! El sol es también
comida para nosotros, como lo es para todo el manto verde de nuestra
esfera. Existen miles de millones de microscópicos seres habitando
todo cuanto vemos, mientras ellos ejercitan su propia vida en una
suerte de mundo particular. Curiosas dimensiones que parecen
invisibles la una de la otra. Y así todo existe, mientras una bola
de agua gira al rededor de una pelota de fuego, entre tanto todo nuestro
sistema se desplaza junto a su galaxia, la que a su vez peregrina por
el universo como extraviada.
Hay
muchas cosas que no veremos. Tras concluir este año la vida apenas
comienza para unos y se va terminando para nosotros. Los abuelos se
ponen más arrugados, nuestras manos ya tiene lunares, los niños ya
saben hablar y caminar. La mayoría de nosotros podremos disfrutar
del mundial del 2014, aunque nuestra selección esté ausente. Pero
es muy probable que nadie de los que lee ahora mismo esta columna
pueda llegar a imaginar siquiera el mundial 2058. Sin embargo, este
ejemplo es una tontería, porque de lo que no sabemos es preferible
quedarnos callados. Es el pasado el que nos persigue. Hay gente, en
ciertos rincones del mundo, que ha nacido en un país en guerra y se
va morir en medio de tiros. Hace más de cincuenta años una
generación tras otras de colombianos vive dentro de una pesadilla.
En otras latitudes además de la violencia hay que soportar el hambre
y la persecución. Somalía sigue siendo un departamento del
infierno, donde millones de humanos sólo saben que la vida es algo
que se pierde muy pronto. Asimismo, la tierra Palestina continúa
mostrándonos el perfil grotesco y perverso de quienes se adjudican
el gobierno del mundo. Por décadas la colonia occidental allí
establecida se ha dado a la tarea de quitarle su territorio a sus
legítimos dueños. Esa imagen de usurpación es la más evidente de
otras muchas historias sucediendo bajo pretextos semejantes.
El
planeta ha cumplido exitosamente esa gigantesca vuelta. Las plantas
siguen creciendo y verdeando con la misma soberbia, los animales
herbívoros se comen su orgullo y a estos se los comen otros
animales, en los que podemos incluirnos nosotros. La tierra y los
océanos se mueven y el núcleo de este mundo late y retumba
transportando toda la materia. Aquí estamos, igual de absurdos que
ayer, con esas porfiadas dudas e interrogaciones que nos acompañan
desde el inicio del tiempo. Por todo esto uno tiene ganas de decir
como Chavela, cantando la canción José Alfredo Jimenez: “Y
si quieren saber de tu pasado, es preciso decir una mentira. Dí que
vienes de allá, de un mundo raro, que no sabes llorar, que no
entiendes de amor y que nunca has amado.”
Hacemos lo que podemos para que valga la pena y allí está la
esperanza. Con la vida y la muerte del mundo cantamos nuestra propia
ranchera. Un canto sufrido, pero es porque sentimos.