Ternura y rebeldía

El tránsito de un año a otro nos sirve para contar. Nos gusta enumerar la realidad porque nos ayuda con el tiempo y la muerte. Celebrar los años pasar viene con la memoria de los trascurridos y con el horizonte de los que nos quedan. No es mucho lo que vivimos, pero es lo suficiente para tener una buena historia que recordar. Lo malo es que uno se encariña con este mundo, con rostros y miradas concretas, con un par manos, montañas y mares. Cuando más maduro es nuestro afecto es precisamente cuando nos toca irnos. Abandonamos el espacio y el tiempo y empezamos a habitar la realidad de otra manera. Toda la materia que un día constituyó nuestras humanidades se dispersa en miles de formas nuevas, volviéndonos un poco mar, un poco montaña; a veces manos.

Como vivir es igual de definitivo que morir, contar los años también entraña una responsabilidad con uno mismo. Se abren delante nuestro oportunidades para ser cómplices de la ternura y la rebeldía. Cada quien, desde su pequeña y particular existencia se arriesga a ser feliz, unos lo logran, otros  fracasan y la gran mayoría lo sigue intentando. Puesto que hemos nacido y crecido dentro de determinados paradigmas, en ocasiones solemos confundir nuestra felicidad con tener cosas: Casa, un carro, un buen empleo, posgrado, una familia, dinero, reconocimiento... Esos mismos paradigmas pueden sugerir que cuantas más cosas nos faltan más lejos se allá uno del bien.

Sin embargo, la felicidad es una cuestión de autenticidad, se trata de la capacidad de ser íntegramente humanos. Vivir de tal modo que nuestra felicidad sea la sumatoria de la alegría que hayamos podido propiciar a los que nos rodean. Pedro Arrupe, acuñó una frase maravillosa para explicar esto: “No me resigno a que, cuando yo muera, siga el mundo como si yo no hubiera vivido”. Y es que el mundo, no el planeta en el que habitamos, sino la realidad que hemos construido, no es un lugar amable. Las falsificaciones de la felicidad son artífices de la desdicha y miseria de mucha gente. Millones de seres humanos proscritos a la marginalidad de la historia. Sea por el hecho de no poseer cosas y por la paradoja de tener algo que otros no tienen. De modo que ser pobre, ser indígena, ser negro, ser mujer, ser homosexual son de facto condicionantes para la invisibilidad.

Por tanto el paso a un nuevo año es un hecho mucho más importante que la mera vida pasando, pues con cada nuevo día nuestra responsabilidad con los otros se vuelve crucial. Es así que no podemos dejar de incrementar nuestra pasión y multiplicar la solidaridad. Recordarnos mutuamente que somos una comunidad cuyo sentido de existencia es garantizar la plenitud de las diferencias. Aprender de todo lo que nos hace distintos y amarnos. Como el resumen de mis deseos para este año nuevo recojo las palabras del insurgente Marcos:

Y no con palabras abrazamos a nuestros compañeros y compañeras, ateos y creyentes, 
a los que de noche se cargaron a la espalda la mochila y la historia, 
a los que tomaron con las manos el relámpago y el trueno, 
a los que se calzaron las botas sin futuro, 
a los que se cubrieron el rostro y el nombre, 
a los que, sin esperar nada a cambio, en la larga noche murieron 
para que otros, todos, todas, en una mañana por venir aún, 
puedan ver el día como hay que hacerlo, 
es decir, de frente, de pie y con la mirada y el corazón erguidos. 
Para ellos ni biografías ni museos. 
Para ellos nuestra memoria y rebeldía. 
Para ellos nuestro grito: ¡libertad! ¡Libertad! ¡LIBERTAD!