Si
son distintas las realidades existenciales y ontológicas de cada
sociedad ¿esto significaría el fin de toda pretensión de
entendimiento del fenómeno humano? En otras palabras, la pregunta
por el ser carecería completamente de justificativo o en todo caso
debería estar abierta a todas las posibilidades con que éste se
presenta. Es allí donde
afinca sus cimientos la filosofía hermenéutica, entendiendo que
todo cuanto podemos saber del ser es lo que podemos experimentar del
mismo. En consecuencia, solamente la totalidad de cada una de sus
variables podría ofrecernos un aproximado de nuestro
“ser-en-el-mundo”. Por tanto, si perdiésemos una sola de sus
distinciones, estaríamos cancelando una manera concreta de las
infinitas posibilidades de lo humano en la historia; reduciendo tanto
al ser como a la compresión real del mismo. Esto, que la filosofía
occidental propuso en el siglo XX en respuesta al racionalismo
positivista decimonónico, ha sido transversal en el modo de pensar y
vivir de nuestros pueblos originarios.
Por
encima de cualquier cultura, lo único realmente predeterminado es la
estructura físico-química del cerebro; la cual es igual para todos
los seres humanos. La evolución, nuestro capital genético y el
hecho de ser de una misma especie circunscribe nuestras acciones y
operaciones dentro de un mismo rango de posibilidades. Esto no quiere
decir que los procesos mentales estén homogeneizados, dado que todo
lo que nuestro cerebro toma para construir la realidad son las
sensaciones captadas por nuestros cinco sentidos. Puesto que toda
experiencia empírica es situada en su tiempo y su espacio cada
sujeto es protagonista de una forma concreta de percibir el mundo.
Como la comunidad forma parte de esta dinámica, nuestro
entendimiento está condicionado por un relato que ha sido construido
como un largo aprendizaje. Lo traemos puesto como un ropaje y define
las márgenes de la cancha donde disputamos el juego de las
interpretaciones. Pero no olvidemos que también el mundo es integral
a este diálogo y a esta comunidad. Se pronuncia y expresa con todas
sus variables naturales, y asimismo condiciona nuestras relaciones
con él, entre nosotros y respecto al ser absoluto.
Lo
que Kant entiende como nuestros juicios sintéticos a priori, vienen
a ser ese remoto legado comprensivo desarrollado desde el principio
de nuestra evolución. Es mediante el ejercicio de la "razón pura" que
nos acercamos a ellos y sin los cuales nos hallaríamos tremendamente
limitados para cualquier juicio a posteriori. Ahora bien, nuestra
experiencia empírica nunca se agota en sí misma, las preguntas
nacidas de la búsqueda por comprender más y mejor, nos orientan
hacia la trascendencia. El mismo Kant se referirá a las ideas
trascendentales sobre Dios, el Mundo y el Alma como conceptos puros
que se entrelazan, igual a nudos, en el tejido de todo cuanto
conocemos; pero al mismo tiempo éstos son inaccesibles al
conocimiento. Es aquí donde entra una vez más la cultura, pues
aunque no sepamos nada de tales conceptos, cada sociedad ha elaborado
una visión particular de ellos. Las características que cada
sociedad ofrece se pueden sumar a las de todas y eso nos daría
apenas una memoria de un tiempo de la interpretación humana. Lo
realmente importante es que lo que hace distinta a cada una, pues
sólo así es como garantizamos la razón de nuestra existencia;
dejando siempre abierto el espacio de las preguntas por lo diferente.