En
el dibujo del altar de Qori-Kancha,
realizado por el cronista Juan Santa Cruz Pachacuti Yamqui en el
siglo XVII, se recoge y expresa la cosmogonía de la cultura Inca. La
relación del hombre y la mujer con el mundo y sus divinidades; es la
síntesis de una comprensión que busca el balance entre lo femenino
y lo masculino, lo de arriba y lo de abajo, la izquierda y la
derecha. El dibujo de Qori-Kancha
refuerza el sentido y las razones del porqué los pueblos indígenas
se organizan en una dinámica de pares. Asimismo, nos recuerda una
intensa y antiquísima correspondencia histórica, geográfica y
cultural de la que somos tributarios.
Esta representación
nos sitúa no únicamente en su presente histórico, el cual llega a
nosotros como el subsuelo que llamamos tradición, también nos
remite a un pasado mucho más antiguo del tiempo en que fue diseñado.
Todavía hoy sigue revelando y confirmándonos en algunos de los
elementos más importantes de la comprensión de la realidad por
parte de los primeros pobladores de nuestra región. Su conexión con
la actualidad de la vida comunitaria de nuestros pueblos originarios
es innegable, pero también los contextos urbanos están
influenciados por estas categorías epistemológicas. Ellas nos
involucran con algo que es familiar, presente con otras connotaciones
en este tiempo y contexto, y de diversas maneras está condicionando
nuestra propia cosmovisión hoy.
Si
el principio básico de ordenamiento del mundo indígena es su
paridad, lo ch'ulla
(lo impar) no es únicamente aquello que carece de su pareja. Una
persona impar es también aquella que no ha sido capaz de integrar en
su vida la totalidad de lo humano, en cuanto femenino y masculino al
mismo tiempo. Por tanto, es incapaz de integrarse a una realidad
divina y natural, que siendo hembra y macho, le enseña al ser humano
el modo correcto de “estar-con-el-mundo”. En contextos y
sociedades cada vez más centradas en el individuo, todo cuanto
afuera existe es una abstracción, el vínculo con la realidad se
instrumentaliza en pos de beneficio económico, mientras que la
relaciones humanas se desmoronan bajo el pretexto de lo virtual.
La
recuperación de la comunidad es mucho más que el ejercicio de la
democracia, poco tiene que ver con el auspicio de un marco ético de
mínimos o con el tejido informático de las redes en el universo del
internet. Aunque todo esto forma parte indispensable de nuestro
presente y nuestra propia comprensión histórica, toda
re-configuración de un orden adverso al ejercicio de la felicidad
pasa por devolverle a la comunidad su sentido más profundo. En la
cosmovisión indígena, la comunidad convida al diálogo y al acuerdo
al pasado y al presente, para que de esa manera podamos mirar al
futuro. También el universo de pares dialoga y se expresa con sus
pretextos, la interdependencia y la reciprocidad deben mediar en las
crisis. Sin embargo, tengamos presente que ese orden de pares, donde
hasta los individuos son un par en sí mismo, no significa
necesariamente la resolución a todos los conflictos. Por el
contrario, lo radical de esta comprensión del mundo es la necesidad
de un constante conflicto y la atracción entre los opuestos. Sólo
así es posible garantizar las representación de las diferencias
para cada tiempo y lugar.