Nuestra
relación con el mundo es a partir de los sentidos y los afectos y no
a través de la razón. La percepción y los sentimientos, derivados
de este contacto, pueden ser racionalizados para explicar tanto la
armonía como el desorden. La tradición académica occidental ha
trabajado arduamente para entender en qué consiste la armonía y
resolver la angustia que le provoca el desorden. Sus argumentos nos
permiten movernos dentro del lenguaje, habitando los intersticios del
universo lingüístico, por el que el ser humano pronuncia su
existencia según su tiempo y espacio. En no pocas ocasiones el
discurso de esta vertiente se ha quedado circulando dentro del
lenguaje, unas veces construyendo laberintos y en otras abriendo el
camino para volver y actuar sobre el mundo.
La
racionalidad americana se ha propuesto desde antiguo poner los
acentos en otra parte. No son ni los laberintos ni la acción lo que
anima el pensamiento sobre nuestra humanidad. Los conceptos nacidos
de la reflexión intelectual apuntan a darle sentido a la
sensibilidad y hondura a los afectos. Ejercitar la conciencia que
tenemos del mundo pasa por ser concientes de nuestra propia
interioridad. Aquello que ocurre en el espíritu humano debe
esforzarse por comunicarse con lo que ocurre en el espíritu del
mundo. En racionalismo, en contraste, formula sus relaciones desde la
autoconciencia de sujeto respeto a los objetos que le rodean. Nuestra
perspectiva concibe a la humanidad en una comunicación y un diálogo
constante con un universo igual de vivo y sensible. En otras
palabras, el mundo, de unas maneras que no vamos a entender, nos está
sintiendo y pensando.
Ahora
bien, referirnos a los sentidos y los sentimientos puede llevarnos
una vez más a esos laberintos que nombran y canonizan una verdad
sobre las otras. Arduo y largo ha sido el debate entre la ética y la
estética, donde lo bueno y lo malo se resuelven demasiadas veces a
partir de lo que consideramos bello o feo respectivamente. Asimismo
todo sentir puede ser fácilmente confundido con los conceptos que le
hemos otorgado a determinado sentimiento. Pensemos apenas en el amor
y todo lo que puede representar ahora mismo en la conciencia de cada
sujeto y en el imaginario de cada cultura. La sensibilidad y los
afectos del pensamiento americano se escapan a la racionalización y
se expresan en su condición puramente fáctica. El sentimiento de
bienestar o padecimiento ha de ser igual a como se puede experimentar
una congestión estomacal. Lejos de toda psicologización los afectos
se explican en la conexión corpórea con el mundo.
De
esta manera podemos entrever que los acentos de los que hablamos
pasan ante todo por el órgano que ha de protagonizar la
comunicación. Vemos, pues, que en unos casos puede ser la lengua,
pero en nuestro caso se trata de la piel y las entrañas. Entonces el
pensamiento también se pronuncia a sí mismo desde distintos puntos
de referencia. Las palabras y los actos traducen más tarde esos
razonamientos. En los hechos nada de lo que se dice es exclusivo del
mundo americano, que en cuanto humano comparte todas la posibilidades
que goza cualquier otro pueblo. No obstante, es a partir de estas
conciencias que se toma determinada postura existencial. Es esto lo
que define el tipo de relación que deseamos y debemos tener con lo
existente. Lo Otro es también una realidad sensible y proactiva, nos
trasforma y le trasformamos actualizándonos mutuamente en la
historia.