Dormía
en uno de los agujeros de la ciudad. Muy cerca de él también
pasaban la noche algunos amigos suyos. En sus respectivas
"madrigueras" tenían todo cuanto poseían en la vida:
trozos de plástico y cartón, papel periódico, una poca ropa
harapienta, botellitas con un poco de agua y alcohol; y en un pequeño
atado, que se guardaba dentro de una cajita de madera, se escondían
los secretos. Calidoso pasaba la noche junto a su gato y una perrita.
Los tres habitaban la calle, ocupando un oscuro pedazo del mundo que
nadie veía, pequeño nicho donde se recostaba una sombra. En la
última hora de su última noche el hombre, el gato y la perra se
llenarían de luz, pero aun así tampoco nadie los vería.


Pasada
la una de la madrugada rociaron el hueco con gasolina. El fuego
deshizo el plástico, derritió las carnes, consumió todos los pelos
y cabellos, y se ardió la cajita con sus secretos; mientras el
hombre, el gato y la perra eran un solo grito, un solo aullido, un
solo maullido... Al "Rolo" lo despertó el olor de la
sangre hervida, luego escuchó los gritos de su amigo, pero no supo
que hacer. "¡Me quemo Rolo, me quemo... ayudarme! Empezó a
correr como cucaracha perseguida, siempre sin saber que hacer; hasta
que los gritos y la lumbre se hicieron cada vez más pequeños. La
agonía del Calidoso no terminaría, porque tuvo la mala fortuna de
sobrevivir, sus entrañas se esforzaban por palpitar, mientras su
cerebro amagaba el dolor pensando cómo estarían sus mascotas.
Nadie
vio nada, nadie escuchó nada. A menos de una cuadra del lugar había
un puesto policial, pero tampoco ninguno se dio por enterado. Podía
haberse muerto como mueren todas las sombras, pero Calidoso tenía su
nombre bien ganado. Muy cerca del lugar de los hechos también se
encuentra una universidad y el hombre, el gato y la perra eran
famosos entre los estudiantes. Cuando la noche se hacía demasiado
oscura, Calidoso se autoproclamaba el guardaespaldas de los muchachos
y los acompañaba hasta la parada del transporte público. Era tal el
grado de compromiso con su misión, que si a alguno le faltaba plata,
él rebuscaba las monedas de las limosnas del día y hacía un
préstamo sin intereses, ni plazos fijos.
