La Noche

La noche no es otra cosa que la tierra volcada de espaldas a la estrella que nos ampara. Cada centímetro de nuestra esfera se somete a las mismas condiciones de luz y nocturnidad. Este mundo, muchas jornadas antes de haberlo conocido de la manera en que lo vivimos, ha transcurrido la misma cantidad de noches como de días; y seguirá así hasta que muera. A pesar de ello, la luz siempre nos ha parecido más amable que la oscurana y hay sobrados motivos para afirmarlo. Esa aura amarilla golpeando todas las formas se ve muy linda en las mañanas y al medio día. Los atardeceres son siempre episodios conmovidos, la geometría de una circularidad haciendo raros colores deja a todo el mundo atónito. El calor que emana es una cuestión que difícilmente podríamos remplazar con las caricias o el abrigo.

La noche está habitada de vértigo e infinito. Su extraña carestía de resplandor, su incapacidad reflejar nada y convertir todo en una misma dimensión… nos duele. No hay profundidad ni hondura, apenas un lugar gobernado por el tacto y los sonidos. Toda su luz es prestada, en su horizonte aparecen diminutas lumbres quejándose de su distancia y reclamando tiritantes su nombre. Un pedazo de roca enorme se ha vuelto madre y gira como loca alrededor de su hija tonta. Nos regala el resplandor de su día y a través de esas penumbras, como marionetas chinas, jugamos a componer historias. La hemos confundido con todas las antítesis. Es nada, es miedo, es vacío, la nostalgia, el abismo y la locura; la memoria de un retrato contrario a la realidad y la biografía de los sin nombre. Todo eso es y nada también es, porque nos gusta que así sea y la noche bien que se ha conformado con nuestros caprichos.

La dormimos, a ella la dormimos cuando su maleficio nos invoca como todos los fines del día. Es un estado tremendamente distinto a lo que nos ocurre durante la luz. Cuando anochece sabemos perfectamente bien lo que haremos y lo hacemos bien. Nadie se equivoca, absolutamente todos engranan en una sinfonía de respiros y párpados reclinados. A veces, no pocas, nos encanta trasnochar con ella, la noche, y amanecer con la evaporación etílica de la travesura; pero casi siempre atravesamos las tinieblas dormidos. Es ahí cuando somos nosotros y no somos los mismos, es cuando hemos muerto de a poquitos y la vida nos arranca del silencio como cuando los gallos nos arrebatan cantando el ligero cambio de textura en el horizonte.

Eso había sido todo. Cada partícula humana tiene su noche y su día. Esa cosa que llamamos vida se retrata en una memoria incompleta y borrada en su exacta mitad, o sencillamente escondida en una paralela que nunca nombraremos; pues nunca tuvo un leguaje que comprendiéramos. Los sueños se filtran sobre este mundo de luz burlando toda la razón y convenciéndonos de que el apellido de lo real es nuestro mismo nombre con todas las letras desaparecidas. Así es como vivimos… despegando pestañas con el frío nacido de la distancia solar y juntándolas siempre con el tierno y oscuro tuétano de la muerte.

Don Jaime Sáenz lo sabía con calidad meridiana: ¿Qué es la noche? – uno se pregunta hoy y siempre. La noche, es una revelación no revelada. Acaso un muerto poderoso y tenaz, quizá un cuerpo perdido en la propia noche. En realidad, una hondura, un espacio inimaginable. Una entidad tenebrosa y sutil, tal vez parecida al cuerpo que te habita, y que sin duda oculta muchas claves de la noche.