Morir como perro



Morir no requiere de demasiado esfuerzo. Para tal propósito sólo es necesario haber nacido y transcurrir una vida como cualquier otra. Sin no hay demasiados percances uno se habrá muerto a los 80 o 90 años de haber nacido. En ese lapso de tiempo con seguridad habremos podido alcanzar una amable memoria de nosotros mismos, el nombre propio lo sentiremos como una extensión de nuestra carne y es muy posible que nuestros años le den algún justificado al oxígeno consumido. Al final de todo ese trayecto diminuto habremos visto la vida vivida con nuestras propia manos y nuestros propios pies, porque vivir no es otra cosa que andar y remover la tierra.


Mi profesora de ciencias naturales decía que los seres vivientes cumplen un ciclo constante y definitivo. Todos sin excepción nacen, crecen, se reproducen y mueren. Cuando lo aprendemos no parece tan grave, pues hasta hacemos dibujitos de un huevo, un pollito, un gallo y su gallina; y por último un pedazo de carne convertida en pollo al Spiedo. En efecto, a uno le dan la noticia de la muerte muy pronto, pero realmente nadie está preparado para asumir su verdad hasta que ha comenzando a ponerse viejo. Uno necesita muchos pre-requisitos para morirse. Por lo general es conveniente haber visto morir a otras persona antes que a uno. También es importante haber sido niño, adolescente, adulto, viejo y abuelito. Luego de que todo eso se ha cumplido hay que anochecerse mirando a otras vidas ser gente, mientras la propia se desvanece.

Esto no es otra cosa que el transcurso tranquilo y normal de cualquier vida nacida en los rincones de este planeta. Unas veces puede ser divertido y conmovido agasajo de flores y placer, pero en otras ocasiones se disfraza de desasosiego y consternación. Esto depende siempre de la suerte económica que le haya tocado al nacido. Las absurdas condiciones que le hemos dado al mundo para que las sociedades humanas existan, nos predisponen a infinitas tonterías. Sin embargo, a pesar de toda esta ridiculez, no hay nada más anti-humano y funesto que haber nacido en Palestina, porque haber nacido allí es como haber visto la luz en un campo de concentración fascista. La gente puede morir de muchas maneras, pero la manera más triste de todas es morir sin haber vivido. Así dice cierto periódico del mundo:


“Cuatro niños palestinos murieron hoy en un ataque de la marina israelí contra una playa de la ciudad de Gaza en la que se encontraba jugando al fútbol con otro grupo de 12 compañeros que resultaron heridos. Según comprobó EFE, los cuerpos de los niños quedaron destrozados sobre la arena después de que uno de los barcos que imponen el bloqueo marítimo al que Israel somete a la franja abriera fuego al atardecer contra la citada playa. Con estas nuevas muertes, son ya 43 los niños palestinos muertos desde que el pasado 8 de julio Israel lanzó su tercera ofensiva militar (denominada “Margen protector”) contra Gaza desde que en 2007 el movimiento islamista Hamás asumió el control de la misma”.

Morirse así no puede ser más que otro error de lo que llamamos humanidad. Puedo tener por seguro de que el mundo de gentes guardará en su memoria que hubo cierta vez sionistas caníbales. Eran unos malditos asesinos devorando bebes del mar, unos críos que caminaban la arena empujando una pelota sobre la playa. Niños que contra el poder se convirtieron en extraños, una noticia en el periódico, unas vidas robadas de todo; miserables vidas... que se mueren como perros.