Las posibilidades del pensamiento
humano son exactamente proporcionales al tamaño de su diversidad.
Esto es posible porque la interpretación y la compresión del mundo
es pronunciada por cada pueblo en sus propias categorías. Las
sociedades, en el cotidiano ejercicio de vivir y morir juntos,
describen con su lenguaje mucho más que el presente; generación
tras generación siembra y cosecha sus propias semillas. Ahora bien,
al igual que el tacto, existen sensibilidades diferentes, que lejos
de cancelarse mutuamente, nos amplifican la posibilidad de la verdad.
Así como el cosmos combina sus materias, en nuestra conciencia de la
realidad existen flujos, prestamos e intercambios.
Antes que un mero nombrar, con la
palabra canalizamos una comunicación con el universo y sus
fenómenos. En esa perspectiva, la tradición occidental a lo largo
de los siglos ha elaborado un complejo aparato de razonamiento, el
cual ha procurado desentrañar la relación y las fronteras entre lo
categorial y lo trascendental. En buena medida esto ha determinado
que la historia de la filosofía esté profundamente atada a la
pregunta por el "Ser". Dicha interrogación, lejos de
agotarse en cualquier tipo de retórica, atraviesa los distintos
saberes y se expresa como postura frente a la vida. Sus expresiones
han sido variadas, mostrándonos capítulos tanto extraordinarios
como catastróficos.
Los pueblos del continente que
hoy llamamos América han delineado en la historia un horizonte de
pensamiento construido a partir de otras preguntas. La vida en su
geografía y la lingüisticidad en su contexto atienden a la
interrogante: ¿cómo estar-en-el-mundo? Así, la hermenéutica del
aprendizaje, la producción de conocimiento y la conciencia respecto
al mundo edifican otro paradigma. Por tanto, todo cuanto sabemos de
lo sensible y lo trascendente pasa por ese tamiz. El monólogo
discursivo en el que hemos estado viviendo en los últimos siglos nos
ha hecho creer que nuestras culturas han sido absorbidas por un
relato foráneo. Sin embargo, esas tradiciones han reivindicado su
vigencia y la prueba más elocuente de este hecho se manifiesta en la
comprensión de Dios. La Interculturación del Evangelio describe los
detalles de esta gesta.
La Interculturación es un
fenómeno mediante el cual las sociedades humanas actualizan su
conciencia del Hombre, el Mundo y Dios. Este proceso acontece dentro
de las variables del espacio y el tiempo, por tanto cada capítulo es
único; aunque queda fijado en una tradición. Las tradiciones
culturales de los pueblos son una suma constante de aprendizajes, los
cuales dan sentido a las propias matrices comprensivas y concretan
las fronteras con lo distinto. El ámbito de la fe no es ajeno a esta
realidad, de hecho toda expresión religiosa afirma una creencia
desde una determinada tradición.
La génesis del cristianismo es
en esencia un proceso intercultural. La comunidad cristiana primitiva
se alimentó de las tradiciones religiosas hebreas y grecolatinas,
fue con esa mediación comprensiva que se describió la Revelación y
explicó la Buena Noticia a los pueblos del mundo. El Evangelio no se
agota en la materialidad de sus letras, como tampoco la vida de Jesús
el Cristo termina en la cruz. Ambas realidades se han incorporado a
otras tradiciones muy distintas a las del Mediterráneo. En el caso
americano la fe en Cristo se construyó bajo el auspicio de las
naciones indígenas y es con esas categorías que pronunciamos
nuestra comprensión de Dios.