El
cristianismo que la gran mayoría de nosotros profesamos fue el
resultado de una ocupación violenta del territorio, la imposición
forzosa de un sistema religioso ajeno a nuestras costumbres y la
subsecuente destrucción de las formas de vida locales y sus
tradiciones. Si comparamos ese hecho con la primera evangelización
cristiana a cargo de las comunidades primitivas del siglo primero,
nos enfrentamos a la negación del proyecto evangélico. Esto provocó
la inversión de papeles demostrado que la historia de la acción de
Dios sobre el mundo es capaz de trascender las limitaciones humanas y
reorientar el horizonte vital. La verdadera evangelización ocurrió
en el momento que nuestros pueblos interpretaron la Buena Nueva con
sus categorías epistemológicas. En otras palabras América
actualizó en mensaje cristiano en función a sus esperanzas. El
evangelio predicado por Jesucristo proclama la plenitud de la vida en
el amor a Dios y el amor al prójimo. Las naciones indígenas
entendían perfectamente lo que eso significaba. Así, el proyecto de
amor y solidaridad en pos de la construcción del Reino de Dios se
encarnó en los sueños, luchas y demandas de los pueblos americanos
a lo largo de la historia.
A
pesar de la sistemática destrucción de lo local, las comunidades
originarias tuvieron la versatilidad suficiente para incorporarle al
cristianismo elementos que antes no poseía. De la misma manera en
que los judeocristianos debieron replantearse el sentido de sus
costumbres en función a la entrada de paganos y gentiles dentro de
la comunidad, igualmente el proyecto de cristiandad europeo debió
empezar a entenderse en la lógica de una nueva comunidad
multicultural y diversa. La comprensión americana de Dios se expresa
en el fuerte apego y devoción por su rostro femenino, hay una enorme
empatía entre la Pachamama y la Virgen María. Jesucristo, es
reconocido como el Hijo de Dios, porque en él se expresa esa
humanidad renovada en la solidaridad, una especie de héroe
restaurador del equilibrio y la complementariedad entre las
comunidades. Los santos y santas se mezclan con las potestades de
divinidades antiguas, burlando de cierta manera nombres y fronteras.
Inclusive, el diablo, imagen y representación medieval del mal,
entra a formar parte del renovado panteón americano, personificando
a divinidades protectoras de las entrañas de los cerros.
En
la medida que las comunidades ganen conciencia y autonomía, y los
pobres, marginados y diferentes tomen la posta de la nueva
evangelización, será imprescindible visualizar nuevos espacios de
reflexión e interpretación de la fe. Las universidades, extensión
del pensamiento colonizado y colonizador, tienen el desafío de
entender su servicio desde las matrices culturales de sus pueblos.
Una cuestión tan sencilla como dejar de estudiar griego y latín,
para empeñarnos en aprender quechua, muisca o maya, cambiaría
radicalmente nuestra comprensión de los conceptos. Si además de
profundizar en la memoria y camino del pueblo hebreo, trabajásemos
arduamente en conocer la historia de nuestra propia peregrinación,
veríamos un mundo con otros matices. Podríamos comprendernos en un
sistema de valores distinto al de los diez mandamientos, seguramente
miraríamos a Dios como lo que realmente es, una madre y padre al
mismo tiempo. Si, junto a todo el legado filosófico occidental y su
teología, pusiésemos también el corazón y las entrañas por
aprender de la sabiduría acerca de Dios, quizá entenderíamos mejor
la voluntad divina y nuestro destino.