De dioses y sacrificios

La experiencia de la fe y el sentido de las religiones son temas que van de la mano pero no necesariamente juntos. La fe es un posicionamiento existencial frente a lo absoluto. La religión es un sistema cultural que estructura los modos de expresar la fe, relacionarse con lo absoluto y ejercitar colectivamente un programa de valores. ¿Es necesario tener una religión para vivir plenamente la fe? No. El ser humano comprende los fenómenos del mundo a partir de la experiencia, todo lo que esta fuera del rango de lo tangible sirve de pretexto para la especulación. No es difícil llegar a un acuerdo respecto a la textura, formas y características de la madera, pero cuando hablamos de asuntos como Dios, el amor, lo humano, la muerte, etc. es casi imposible llegar a una opinión consensuada. La conciencia de lo intangible depende mucho de los imaginarios con que las culturas se desenvuelven. Obviamente, todo esto no es algo que surja de un momento a otro, sino se trata de un acumulado; literalmente el capital cultural de cada pueblo. En otras palabra, todo lo que podemos decir de Dios es la suma de comprensiones históricamente construidas y conservadas mediante la tradición.

El cristianismo, religión que la gran mayoría de los latinoamericanos practicamos, viene a ser el mediador de los diversos modos en que expresamos nuestra fe. Inclusive si usted no se considera creyente de ésta o de ninguna otra religión, toda su experiencia vital estará atravesada por los recursos de interpretación cristianos. Las ideas del mal y el pecado, las maniqueas geografías del cielo y del infierno, la imagen de un Dios macho con cara de abuelito y un mesías varón entregando la vida por sus semejantes, son sólo algunas de las imágenes con las que uno piensa a la hora de componer su comprensión del mundo. Un ejemplo claro de lo que decimos es la modernidad, un episodio bastante tenebroso de nuestra historia, el cual mando a morir a Dios y las supersticiones para instaurar una nueva religión. La fe en el progreso y la razón, la devoción por el método y la ciencia han hecho posible un mundo revolucionado por la tecnología. No obstante, eso no ha borrado de muestra cabeza el patriarcado intrínseco en la construcción de sociedad, el mal y sus infiernos se materializan en los espacios donde se niega el poder redentor de lo científicamente correcto.

El episodio subsecuente a la modernidad surgió luego de las grandes guerras, pues el paraíso que la razón nos había prometido terminó convertido en un averno sembrado de bombas nucleares. La inteligencia humana canceló de sus ecuación las falsificaciones y se entregó a su propia destrucción. La decepción todavía la padecemos, los fenómenos religiosos contemporáneos recuperan relatos antiguos y los adaptan a un nuevo caos. El caso más notable es el del mundo islámico, visto por fuera todos los musulmanes parecen gente bárbara y enloquecida. Barbas onduladas y túnicas largas son sinónimo de bombas y decapitaciones. Pero no nos engañemos. En el otro extremo vivimos nuestra propia versión del fundamentalismo religioso. Como la ciencia y la razón nos han fallado ahora Dios se ha encarnado en el dinero. Nuestra fe se sostiene en la capacidad de acumulación de capital y placer. La teología de la prosperidad individual es el nuevo credo. El mercado y los comercios son el espacio donde realizamos nuestros sacrificios y oblaciones. ¿Cómo será peor morir? ¿Decapitado en Medio Oriente o dentro de una maquila en China?