El ambiente no es el monstruo

Perú se ha convertido en el escenario del último espectáculo multinacional en que diplomáticos juegan a ser médicos del ambiente. En cada ocasión es el mismo show de cámaras y discursos rimbombantes. Los Presidentes y sus delegaciones llegan con la fanfarria del caso. Los mandatarios estiran sus manos desde las aeronaves como héroes, la gente los reciben como medallistas olímpicos y los medios les dan cobertura las 24 horas al día. Luego sigue la ronda de charlatanería, palabras que nadie oye, porque nadie le importa lo que digan. Todos dicen exactamente lo mismo, lo repiten una y otra vez con los mismos argumentos. Excepto cuando se salen de protocolo y se pone a decir que el capitalismo es el responsable y hay que terminarlo, para vivir amando la Pachamama y respetando los recursos naturales. Entonces los medios de izquierda aplauden las palabras del nuevo mesías del planeta, aunque los ambientalistas y los ecolatras le echan en cara su modelo de capitalismo de Estado y sus futuras plantas nucleares. Nada es más parecido a una estafa y es la humanidad entera consintiendo esta tramoya.

Olvidemos todo el combustible quemado por los poderosos aviones de los dignatarios. Las conferencias alternativas convocan a multitudes para plantarle la cara a los medios y decirle a la gente que quieren un mundo distinto. Le echan la culpa a las multinacionales, pero viajan en los mismos aviones que consumen la misma cantidad de petróleo que los otros y toman el mismo refresco que auspicia la navidad, agota y contamina ríos y es responsable de la obesidad. Podemos pasarnos horas hablando de lo ridículo que es todo esto, pero nos gusta nuestro propio teatro. Nos complacemos creyendo que la democracia es verdadera y que nuestros representantes realmente nos representan. Queremos creer que es cierto que ellos van a resolver el problema, que el futuro va cambiar y que nuestros hijos tendrán el planeta edénico donde el león y la oveja pastan juntos y la serpiente y el niño juegan en la tierra. En los hechos cada uno de nosotros somos parte de esa familia de parásitos de 9 mil millones de individuos.

Somos los que comemos árboles para ponerle puertas y bigas a las moradas, los mismos árboles que consumimos para el papel en el que dibujan las crías y el pedazo de cartulina donde se firman los contratos. Perforamos montañas para buscar el acero con el que se construye el esqueleto del carro que conduces o el bus que te lleva al trabajo. Recolectamos oro para colgarnos medallas y hacemos anillos para sellar nuestro compromiso de amor el día del matrimonio. Pero antes de echarnos la culpa de todo y sentirnos vergonzosos por ser unas cucarachas, no olvidemos que es más vergonzoso ver sentados en el mismo lugar a los representantes de Estados Unidos, China, Rusia y Europa, junto con el resto representantes del mundo. Porque las responsabilidades nunca son las mismas. Vergonzoso y cruel es que haya niños que tengan papel para ir a la escuela y otros no. Desgarrador es que la gente camine descalza cuando otros gastan caucho en carreras. Ridículo y apestoso es que otros humanos vivan en condición de esclavitud para que a otros no les falte oro y diamantes.


No sólo es el medio ambiente y el calentamiento global, es la humanidad siendo despedazada por un modelo de sociedad irresponsable y grotesco. Nada de esto se resuelve cambiando el modelo económico. Lo que debe ser resuelto es nuestra condición moral, caso contrario es mejor desaparecer.