Los poetas y la poesía tienen la
mala suerte de sentir el mundo tal como es. No es que aquello los
haga especiales, sencillamente los posiciona delante de la realidad
con un ojo mas abierto que el otro. Hay gente que es buena para
sumar, otra que conoce bien los misterios de la construcción,
abundan aquellos que tienen el don de lenguas y son particularmente
afamados los que se han empeñado en matar. Los poetas por su parte,
pueden hacer todo eso y además tener un ojo más abierto que otro.
Lejos de toda exageración, en el universo hay muy pocos individuos
que le inviertan tanto tiempo a mirar. No hay palabra posible si
antes no se ha padecido todos los contornos de la luz, pues las
texturas de las formas deben cotejarse con los sentimientos que
emergen luego de cada pestañeo. La piel del poeta es un cuero duro y
lleno de pelos, su tacto ya no está en la carne sino en la punta de
cada filamento. Animal de la noche, descarga su energía pronunciando
los episodios de los eclipses. Entonces sus manos y su lengua se dan
a la tarea de escarbar la tierra.
Demasiada lisonja para nuestros
héroes de todos los tiempos. Cuando su único superpoder es desnudar
la redondez blancuzca de uno de sus globos oculares. Sin embargo, hay
que decir que el mundo no sería el mismo sin estos místicos. Cada
quién tiene sus motivos en la historia y los poetas y su poesía no
serán menos que cualquier otro mortal. Sin embargo, los cronistas
prefieren adornar sus libros con el relato de algunos sujetos cuyo
mayor mérito ha sido administrar el poder. La sociología nos ha
demostrado que el ejercicio del poder responde a determinados
patrones. El poder se usurpa o se delega, o las dos cosas al mismo
tiempo, pero en uno u otro caso debe haber reconocimiento por parte
de los que suman la mayoría. El pueblo, soberano o sometido, en
libertad o con miedo, establece un estado de las cosas. Así, quien
gobierna, lo hace únicamente porque la mayoría le ha dado el
permiso o porque le temen, pero en última instancia éste sólo se
desempeña como un funcionario del poder. Por su parte, los poetas,
tan anónimos éstos, no le piden permiso a nadie para mirar lo miran
y pensar lo que piensan. Lo que escriben casi nunca vale la pena,
pero como es el resultado de un profundo observar, tiene ecos que
retumban en las cavernas de todas las sociedades humanas.
La mística no está reservada a
eremitas y anacoretas, aunque los escribanos de la poesía se
parezcan tanto a esos personajes de la antigüedad. La mística tiene
sin duda una fuerte conexión con la fe y la religión, porque cuando
uno mira mucho es casi obligatorio pensar en lo absoluto. De ese
modo, no es nada raro contar entre los próceres de las letras a
tantos humanos enamorados con la palabra Dios. La Santa de Ávila nos
regala alguna de las lineas más bellas de aquella sexual conexión
con lo divino: “Ya
toda me entregué y di / y de tal suerte he trocado, / que es mi
amado para mí, / y yo soy para mi amado. / Cuando el dulce cazador /
me tiró y dejó rendida, / en los brazos del amor / mi alma quedó
caída.” La mística
forma parte de cada recodo del trayecto humano. La poesía jamás
estuvo enmarcada en las márgenes del papel y los escupitajos de la
tinta. Ella, tan caprichosa como los poetas, se viene apareciendo con
su manera de ser en cada tiempo y cada época. Lo único que podemos
hacer es escucharla, porque jamás se va ir para ninguna parte.
Importunará toda la historia con su fastidiosa nombración de los
abismos.