Siendo estrictos el sexo en todos
los seres vivos que lo practican, incluidos los humanos, tiene como
propósito sólo y únicamente la reproducción. Mediante este
ejercicio se garantiza la sobrevivencia de la especie y en caso
particular de cada individuo la preservación de sus genes en la
próxima generación. Evolutivamente hablando la reproducción es
también una fuerte lucha de competencias, tanto hembras como machos
se miden entre sus pares demostrando quien es el más apto para la
generación de una nueva prole. Esto garantiza que el patrimonio
genético de la especie no se degrade, puesto que las nuevas crías
nacen de los mejores individuos. Sin este mecanismo sería imposible
adaptarse a los constantes cambios del ambiente. Esa adaptación se
manifiesta en mutaciones genéticas que en los hechos son sólo
accidentes pero, como se ha dicho, los que se conservan son los de
aquellos individuos mejor adaptados.
Ahora bien, también se ha
comprobado que muchos animales y no sólo los humanos practican sexo
por placer. Esto parece un poco contradictorio, pues si el propósito
del sexo es la reproducción, bastaría con aparearse en el periodo
de ovulación y punto. Sin embargo, aquí entran en juego aspectos
neuronales que convierten al cerebro en un protagonista del coito.
Percibimos el mundo a través de nuestros sentidos, los mismos son
sólo extensiones de un complejo sistema nervioso controlado por
impulsos eléctricos. El centro de comando de toda esta ingeniería
genera estímulos que nos ayudan a discernir entre el dolor y el
placer, el hambre o la saciedad, el calor o el frio, el miedo o la
alegría. Obviamente nada de esto funciona al margen de la evolución.
Nuestro cerebro nos posiciona delante de una realidad mediada por
nuestros sentidos y nos ayuda a desenvolvernos en ese medio con éxito; osea, para no morir. Cuando el sexo se practica por
placer tiene un propósito, esto genera cohesiones sociales que garantizan que el grupo se
mantenga unido y prospere. Es decir, que el sexo tiene un papel
social importantísimo que coadyuva a sus individuos a contar con
muchos más elementos de selección y variabilidad genética.
En el ámbito humano tenemos que
tomar en cuenta además las variables culturales, las cuales vienen
siendo una especie de conciencia colectiva de la realidad. Como grupo
nos hemos entrenado a pensar y vivir el mundo de determinada manera,
esto nos ayuda a reconocernos entre los miembros y distinguirnos de
nuestros vecinos. Las fiestas son uno de los escenarios que mejor
retratan una sociedad. En ellas se expresan infinidad de ritos cuyo
substrato mítico proporciona densidad a una cultura. El baile, la
música, los vestidos, el protocolo de la celebración, el ejercicio
de los sentidos y obviamente el sexo cumplen papeles cruciales dentro
de la celebración y dentro de la cultura. Muchas fiestas se
presentan como rituales de prosperidad y apareamiento. Tanto en las
sociedades pequeñas como en las grandes la reunión de personas
propicia el milagro de la seducción, el cual repercute en la
plenitud de los individuos y de nuestra genética.
El
obispo Scarpellini, ha manifestado su consternación por, como dice
él mismo: “repartir condones, aceptando como incontrolable el
primado del instinto humano, esto creo es un insulto a nuestra
dignidad humana, a nuestra inteligencia y conciencia”. Son comprensibles las buenas intenciones, pero delata también el poco entendimiento de nuestras fiestas, de la genética humana, del sexo y sus razones evolutivas y también de Dios.